sábado, 1 de septiembre de 2018

En busca de la aurora. Capítulo 19: El final de la búsqueda




EN BUSCA DE LA AURORA



Capítulo 19

El final de la búsqueda


 

   En capítulos anteriores...


  Un grupo de tres jóvenes decide emprender un insensato y temerario viaje en coche desde Madrid hasta el norte de Noruega, para lo cual se pertrechan con todo lo necesario para su supervivencia y se lanzan hacia lo desconocido una fría madrugada de primavera.

  Llegados hasta Oslo tras cruzar Europa y correr diversas aventuras y desventuras (detención policial incluída), recogen al cuarto miembro de la expedición, que llega en avión hasta allí, y ya reunido todo el equipo emprenden el viaje hacia el norte. En un esfuerzo por dotarse de una pseudo-democracia dentro del itinerante vehículo, se establece un sencillo sistema de votaciones y mayorías, así como cuatro "carteras": Comisario de la Locura (Marcos), Comisario de la Cordura y Conductor (Lucas), Comisario de la Miseria (el autor) y Policía Moral (Pablo). Gracias a ello se contará con un eficaz, divertido y equilibrado mecanismo para estudiar y tomar las decisiones más difíciles.

De algún modo alcanzarán y rebasarán el Circulo Polar Ártico, tras lo cual regresarán hacia el sur, explorando todo aquello que quede al alcance de las ruedas de su coche. En el ínterin, visitarán encantadores pueblos, alegres ciudades, gélidos glaciares, apabullantes fiordos, y mucho más. Sin embargo, al final tocará embarcarse de vuelta a Europa, afrontando el inevitable regreso al hogar.





Día 20: 04/05/2011 (miércoles)


 Y así, una fría mañana cuyo húmedo aire cortaba como una katana, nos tocó despertarnos y recoger nuestro petate por última vez en Noruega. Nos hallábamos alojados en una pequeña cabaña en la ciudad de Kristiansand, lugar al que nos había llevado un único motivo: de allí salía el ferry encargado de llevarnos a regreso a la Unión Europea, un ferry que soltaría amarras espantosamente pronto, en lo más desolado de la madrugada. 


El recorrido por mar y por tierra nos llevaría a Bremen, tras muchas horas y aún más kilómetros. Cortesía de Google Maps, quién se ha vengado de que me agencie de sus mapas plantando diversas obras actuales en el recorrido.



 Lucas condujo a su cansado coche familiar, que nos había transportado fielmente por toda Noruega, a la barriga del leviatan de metal cuyo pasaje habíamos pagado. En un barco no hay mucho que hacer. Uno lee, juega al póquer, incluso charla con los compañeros de viaje, pero al final terminas subiendo a la cubierta para contemplar el mar y pensar en tu vida. Hubo un momento en el cual la confusa silueta de la costa noruega se perdió en el horizonte, Europa no asomaba aún, y solo hubo mar. Tanta agua y ningún sitio al que ir me infundió una profunda paz. Cuando navegas, sientes que ningún problema terrenal puede alcanzarte, siempre y cuando no naufragues y termines dándote de bruces con el pringoso lodo del fondo del océano, claro. Por fortuna no fue el caso y tras un número indefinido de horas, que no parecían transcurrir a bordo de aquel barco cuya cubierta olía a óxido y diesel, avistamos tierra. 


El autor, tratando de adoptar en vano una pose heróica, señala al distante hogar.

 
Las últimas coronas noruegas que nos quedaban pudimos gastarlas en el ferry, a cambio de una bolsa de corazones de gominola con sabor a melocotón, que llegamos a aborrecer pero que devoramos hasta el último.




 Algo más tarde, nos vimos desembarcando en un puerto danés. 

 Como ya hiciera en su día la policía noruega, la policía danesa no pudo evitar retener a un desvencijado coche con matrícula española cargado hasta los topes de todo tipo de equipajes varios junto con sus ojerosos ocupantes (al menos esta vez había aprendido la lección y no iba armado, véase capítulo 5). Por fortuna, aquellos representantes de la autoridad no debían de haber tomado suficiente café por la mañana, y la tarea de revisar nuestro abarrotado vehículo era tan titánica que al contrario que sus homólogos noruegos nos dejaron marchar. Pronto abandonamos la verde y plana Dinamarca y, cruzada la frontera de Alemania, Lucas pudo pisar a fondo el acelerador en los tramos de autopista en los cuales se anulaban las señales de límite de velocidad. Cuando el velocímetro llegó a 180 kilómetros por hora se me tensaron los glúteos, por ello no quiero pensar en cómo se sentirían los pasajeros de los coches que nos seguían adelantando a toda velocidad por la izquierda. 

 Y así, tras veloces autopistas alemanas con muchos carriles y rodeadas por aún más bosque, alcanzamos Bremen. A la ida no habíamos visitado esa maravillosa ciudad ni tampoco íbamos a hacerlo ahora, pues solo contábamos con el tiempo justo para alcanzar un camping, pagarlo y montar nuestra tienda de campaña en la verde parcela que nos asignaron. No, no habíamos aprendido nada de lo sucedido semanas atrás en Mierder City (véase el capítulo 4). Por hallarnos en Alemania y haber arrancado el mes de mayo nos creíamos impunes. Craso error. El ser la única tienda de campaña en un camping ocupado solo por caravanas y bungalows debería de habernos servido una vez más de advertencia, más no fue así. Montado el campamento, procedimos a cocinar ramen (en realidad no, eran fídeos asiáticos aderezados por especias picantes como el infierno) con la ayuda del camping gas... o lo intentamos. Hacía tanto frío que el fuego no era capaz de hacer su trabajo.

 Por favor, disfrutad de este vídeo desde el calor de vuestros hogares.


 


 Tardamos una media hora en lograr que el agua adquiriese la tibieza suficiente como para hacer comestible la pasta. En el ínterin una hormiga cayó en el guiso, no me pregunten de donde había venido pero nadie dijo nada, así que uno de nosotros se llevó una pequeña dosis adicional de proteínas. 

 Llenadas nuestras tripas y antes de que nos abandonase el calor del guiso, Lucas se introdujo en el maletero de su coche y se envolvió en varios edredones como quién embala un electrodoméstico en papel de burbujas, mientras que a Pablo y a mí nos tocó nuevamente la desesperada tarea de intentar dormir en la tienda de campaña. Teníamos dos ventajas. La primera, un colchón hinchable que nos protegería del suelo. La segunda, los restos de la última botella de ron miel, que Pablo y yo apuramos con ansiedad. Usé todo lo que tenía, leotardos, chandal, camiseta, sudadera, gorro... y me encerré dentro de mi saco de dormir como un gusano en su crisálida. En cuanto pasaron los efectos del ron miel, me invadió un frío infernal. Era un frío húmedo que te mordisqueaba los huesos. Pablo vivió una experiencia peor, ya que su saco de papel de fumar era más fino que el mío. No sabemos en que momento de la noche se pinchó el colchón, pero amanecimos aplastados contra un suelo que parecía permafrost. 





 Día 21: 05/05/2011 (jueves)

 Creo que el despertar en el camping de Bremen ha sido de los más duros que recuerdo, en cuanto conseguimos recuperar la movilidad de nuestros cuerpos y sostenernos sobre las piernas, desmontamos con desesperación el campamento a fin de huir de allí lo antes posible. A pesar de llevar guantes de cuero, los dedos de las manos me dolían terriblemente por el frío. Nuestra primera parada fue una hamburguesería cuya cadena no me apetece citar, donde agradecimos la comida y sobre todo el calor como si nunca antes hubiéramos experimentado dichos conceptos. Aquel día, nuestro destino era la ciudad francesa de Reims.






 Antes de llegar a Francia, habíamos marcado en nuestra agenda de viaje la ciudad de Aachen, que en español conocemos como Aquisgrán y que durante la Alta Edad Media fue la capital del Imperio de Carlomagno. Y sí, aquí es cuando meto una breve cuña de divulgación histórica que el lector poco interesado en el tema puede saltarse si así lo desea. 

 Carlomagno fundó lo que podría definirse como la restauración medieval del Imperio Romano (del occidental al menos, recuérdese que el Imperio Oriental, con sede en Constantinopla, persistió hasta casi la era moderna). Y su capital fue establecida allí, en Aquisgran. El Imperio Romano original se había fragmentado en diversos reinos germánicos en constante lucha unos contra los otros, los cuales difícilmente habían sabido o podido mantener la compleja administración y las infraestructuras de la avanzada civilización romana anterior, aunque lo habían intentado con distinta suerte unos y otros. No obstante, las constantes guerras y la fragmentación territorial habían dado al traste con la mayoría de logros alcanzados antaño por Roma, con lo cual las mareas de la civilización habían retrocedido peligrosamente, dando paso a la barbarie y la oscuridad.

Reinos germánicos en el siglo VI, poco después de la caída del Imperio Romano de Occidente (la parte oriental, que sobrevivió, pasó a ser denominada Imperio Bizantino). A la larga, solo el Reino Franco prevalecería. Fuente.


 Llegados al S. VIII solo el Reino Franco, bajo una serie de líderes fuertes, había conseguido mantener bien el paso y llegado a convertirse en una superpotencia. La llegada al poder del rey Carlos, más tarde apodado "El Grande" (Magno), logró que el reino alcanzara cotas de poder y extensión territorial nunca vistas antes para los francos.


 
Retrato de Carlomagno realizado siglos más tarde por Alberto Durero. De Alberto Durero - Kaiser Karl der Große (Gemälde, Porträt), Germanisches Nationalmuseum., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=287816

 Carlomagno se propuso tratar de corregir la fragmentación y la decadencia occidental; quería hacer todo lo posible para que la civilización no terminase de desmoronarse en Europa, uniéndola e impulsándola. Forjó un basto imperio mediante la guerra y la política, abarcando el actual noreste de España así como las modernas naciones de Países Bajos, Francia, Alemania, Suiza, y la mitad norte de Italia, entre otras que seguro olvido mencionar. Incluso fue nombrado directamente nuevo emperador romano por el propio Papa. 

 
Auge del Reino Franco, que con Carlomagno pasaría a ser Imperio. Las naciones modernas aún no han empezado a configurarse, pero pronto lo harán. De Sémhur ·✉·✍· /Translator= molorco - Own work, from Image:Frankish empire.jpg, itself from en:Image:Frankish power 481 814.jpg, from the Historical Atlas by William R. Shepherd (Shepherd, William. Historical Atlas. New York: Henry Holt and Company, 1911.), CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3788347



 Carlomagno, a quién nunca le terminó de gustar el título de emperador que el Papa le había encasquetado, trabajó incansablemente por hacer renacer la civilización, alentando la cultura y rehabilitando infraestructuras (cuando no andaba matando salvajes paganos por alguna frontera). Por desgracia realmente lo único que consiguió fue remendar y sostener a duras penas los desvencijados fragmentos del viejo Imperio Romano. Cuando murió, el nuevo Imperio solo tardó un par de generaciones en disgregarse. La corona imperial no se perdería, sino que rebotaría de cabeza en cabeza hasta ir a caer en Alemania, en donde el Imperio se mantendría (ahora conocido como Sacro Imperio Romano Germánico), a veces poderoso, otras débil, pasando por un nuevo apogeo en los tiempos de Carlos V y el Imperio Hispánico. Sería el propio Napoleón quién siglos después depusiera al último emperador. Más esa es otra historia.


 
Evolución territorial del Sacro Imperio Romano Germánico. De A.cano.2 - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=57013262



 Lo que sucedió en el resto de Europa, la que quedó librada al caos y la anarquía, fue que ya en la Baja Edad Media (siglo XI en adelante), unos reyes que apenas sobresalían un poco entre los poderosos nobles que en principio eran sus vasallos, empezaron a usar el nuevo derecho feudal en su favor y a fortalecerse. Llegó el momento en que incluso se permitieron tener administración propia y formar ejércitos profesionales para no depender de sus turbulentos señores feudales. Y así nacerían nuestros flamantes estados modernos. Pero para los tipos que construyeron la Catedral de Aquisgran, todo eso estaba aún muy lejos.

 El núcleo original de la catedral de Aquisgran, mandado construir por Carlomagno a finales del siglo VIII, es de planta octogonal y diseño bizantino, con mosaicos en los techos abovedados de la galería que circunda la planta del edificio y abundantes arcos de medio punto bellamente decorados con un cierto estilo árabe, y que dejan entrever los diferentes pisos o niveles en los que se eleva la estructura, y en uno de los cuales está el trono de Carlomagno. Arriba, la espectacular cúpula muestra un cristo rodeado de sus celestiales acólitos sobre un fondo dorado (estaba en obras cuando la visitamos, menos mal que ya la había visto en un viaje anterior). La nave se ampliará con un ábside de estilo claramente gótico, con altas y preciosas vidrieras que derraman los coloreados rayos de sol sobre arcones decorados de oro decorados de finas filigranas y un enorme águila dorada, el águila imperial. 


Interior de la catedral de Aquisgran, por cortesía de Lucas, con quién había visitado este sitio 2 años antes, cuando no estaba en obras.


Interior de la catedral de Aquisgran, fotografiado en 2009 por Lucas.

 Tuvimos el tiempo justo de rendir homenaje a la tumba de Carlomagno, cuyos polvorientos restos allí descansan, y debimos de retomar camino. Dormimos en un hotel Fórmula 1 cercano a la ciudad francesa de Reims (si el lector no sabe qué es un Fórmula 1, que regrese al final del capítulo 1). 




Día 21: 05/05/2011 (jueves)


 Habíamos sacrificado una nueva visita a Bruselas para ver la catedral de Reims, que yo quería admirar debido a que allí era donde se coronaban los reyes de Francia. 

 Sin embargo, no todo iba a seguir siendo tan fácil para nosotros. Cuando nos aproximábamos a Reims, un coche de la gendarmería francesa nos dió las luces, obligándonos a parar en el arcen. Nuestra situación en aquel momento era muy precaria. Lucas había perdido en el norte de Noruega su cartera, la cual contenía, entre otras importantes cosas, su carné de conducir. En otras palabras, en aquel momento era un conductor indocumentado y por lo tando ilegal. Y no solo eso, durante nuestros recorridos en carretera por Francia habíamos hecho saltar muchos, muchísimos radares de velocidad, que nos habían flasheado y fotografiado. A cada fotografía de un radar, poníamos muecas y nos mofábamos de la autoridad, seguros de que las multas se perderían en un laberinto burocrático y nunca nos llegarían a España. Sin embargo ahora la fiesta se había terminado; los gendarmes nos tenían al fin en su poder. 

 La pareja uniformada que nos abordó, inexplicablemente examinó nuestros neumáticos, y después hizo un amago de querer investigar nuestro maletero, por suerte, al igual que les ocurriera a los policías daneses, se vieron desbordados por la magnitud de la tarea y lo dejaron correr. Podríamos haber llevado armas, drogas, niños secuestrados, o todo ello a la vez y nos habríamos librado. Tras ello fueron a por el conductor, Lucas, y le pidieron los papeles. ¿Y qué hizo nuestro amigo? Con una sangre fría impresionante les enseñó el cartón con el permiso de circulación del coche. Los gendarmes lo examinaron con escepticismo, y justo cuando nos temíamos lo peor pasó un coche a toda velocidad y se oyó un sonoro derrape más adelante en la carretera. Alguien les señaló algo, y los gendarmes devolvieron rápidamente el permiso de circulación a Lucas y se apresuraron a montar en su coche para moverse al lugar de los hechos, donde parecía haber ocurrido un accidente. Y así nos libramos.

 Llegados a Reims con la sensación de que la bala nos había pasado rozando. Habría completado mi felicidad recreándome en visitar su enorme catedral y sentirme como un rey de Francia al que fuesen a coronar, lo que habría ocurrido si justo ese día no hubiese estado cerrada por motivos que mi flagrante ira me impidió entender. De hecho, hacía solo una hora que la habían cerrado, y reabriría de nuevo al día siguiente. Aún no he terminado de perdonar al ayuntamiento de Reims por aquello, algún día quizá les de una segunda oportunidad y regrese... veremos. Sea como sea, tal es mi cabreo acumulado que no voy a copiar ni una sola foto de la catedral, ni tampoco voy a explicar porqué los reyes de Francia solo podían ser coronados allí, el improbable lector deberá de googlearlo en el aún más improbable caso de que quiera saber más sobre este tema. 





 Esa noche la pasamos en un nuevo Fórmula 1, esta vez cercano a Burdeos. Allí, en la pequeña habitación que nos asignaron, comprendimos que realmente era nuestra última noche fuera de Madrid, y para festejar que regresábamos a la patria de una pieza tras más de 10.000 azarosos kilómetros de carretera, decidimos inmolar la mayor parte los alimentos que nos quedaban en un aquelarre gastronómico que seguro que hizo que todos los cheffs del mundo sintiesen un repentino escalofrío en la coronilla. Mezclamos espagueti con fabada, añadiéndole tomate y pasta mierder.  No contentos con esta transgresión, además decidimos cocinarlo todo con el camping gas en la propia habitación, lo más cerca posible de la ventana para que no saltase algún hipotético detector de humo. Creo que tardamos varios días en conseguir digerir aquello, pero nos quitó el hambre y también nos quitamos muchos bultos de paquetes de encima. 

 De nuevo, disfrutad de los documentos gráficos que registraron para la posteridad nuestra blasfemia culinaria dentro de la diminuta habitación del Fórmula 1.






 Tras aquel sacrilegio a los dioses, caímos por nuestro propio peso en nuestras respectivas camas y literas.






Día 22: 06/05/2011 (viernes)

Jornada final


 Y así sucedió que nos levantamos en el último día de nuestro azaroso periplo, con el objetivo de pasear un poco por la preciosa ciudad de Burdeos y de allí regresar a Madrid, lugar donde vágamente recordábamos tener unas vidas que retomar.


700 kilómetros nos llevaron de vuelta a Madrid. Cortesía de Google Maps.


 Burdeos es una ciudad en la que, como en otras urbes francesas, impera el color beis en todos sus edificios, que lucen un característico toque clásico. Por allí fluye calmadamente el anchísimo tramo final del río Gerona y sus turbias aguas, también de color beis. En medio de una intermitente lluvia, caminamos por sus alegres calles, paseamos por sus mercadillos callejeros entre exóticos oleres y visiones de todo tipo de productos, nos asomamos al impresionante río, y finalmente decidimos volver a Madrid.

Fotografía aleatoria de Burdeos por obra del autor, antes de que nos empezase a llover.


 Aquella noche, puesto nuestro pie otra vez en Madrid, cerramos el círculo volviendo al lugar donde todo había empezado, el "Knight 'n' Squire", hamburguesería cercana al metro Cuzco a la cual aprovecho para volver a hacer publicidad, pues se la merece. Allí nos pusimos hasta arriba, redescubriendo lo barato que es comer en España. La tristeza de la vuelta anegaba nuestras almas, por eso tuvimos que darle la vuelta recordando la fantástica aventura que acabábamos de vivir, que nos había enriquecido como personas y siempre estaría con nosotros el resto de nuestras vidas.




  Epílogo
  
 Días más tarde, Lucas recibió de vuelta su cartera con todo su contenido intacto: euros, coronas noruegas, tarjetas, documentación, todo. Tal y como en su momento sospechamos, se le había caído en la gasolinera autoservicio camino del norteño pueblo noruego de Bognes (véase capítulo 9). Si no la localizamos cuando volvimos sobre aquella sinuosa carretera para buscarla, fue porque un noruego la había encontrado primero y se la había llevado. Dicho noruego anónimo, de modo totalmente altruista entregó la cartera en una comisaría, donde los policías, examinando una de las tarjetas de crédito de Lucas, se pusieron en contacto con su banco, quién a su vez se encargó del envío. Del contenido en dinero de la cartera, las autoridades noruegas solo sustrajeron el importe justo de los gastos de envío. Toda una lección de civismo. Dudo mucho que el noruego que rescató la cartera de Lucas o los policías que la enviaron de vuelta estén leyendo esto, pero si fuese el caso... ¡Gracias!

 Lo que no le hizo tanta gracia a Lucas que llegasen a su casa, fueron los sobres con las multas que nos habíamos ganado al saltarnos todos los auto peajes noruegos, uno tras otro. En las multas, se veía al coche con nosotros y todos nuestros bártulos, circulando alegremente por las carreteras de Noruega sin el menor ánimo de querer soltar un duro por ello. Las multas sin embargo no eran del gobierno noruego, por el contrario venían de una empresa de cobro de deudas, ante la cual Lucas no se sintió compelido a responder. Durante varias semanas siguieron llegando sobres, cada vez con más fotos de nuestro coche y con textos más y más amenazadores.

El coche de Lucas pillado in fraganti por una cámara de auto peaje noruega. Puede apreciarse el denso equipaje en el maletero, compactado por un edredón.


 El punto álgido llegó cuando los sobres se pasaron al color rojo, en un futil intento por parecer más agresivos. Más no funcionaron, al final la empresa se cansó y nunca pagamos. No hemos regresado a Noruega desde entonces, si algún día lo hacemos esperemos que todo el asunto haya quedado convenientemente olvidado.

 Y así terminó nuestra aventura. No, no habíamos encontrado la aurora que habíamos ido a buscar, pero en su lugar hallamos muchísimos otros tesoros que nunca olvidaríamos y que he disfrutado enormemente relatando en esta historia.  Y si el amable lector ha podido llevarse al menos una pizca de ello, mi trabajo habrá merecido la pena.

 No es sin embargo un final, querido lector, me quedan más viajes igualmente demenciales que escribir y publicar para mi disfrute y sobre todo para el de todos ustedes ;-)






 

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