miércoles, 3 de junio de 2015

En busca de la aurora. Capítulo 6: Harald el despiadado.


E N    B U S C A    D E    L A   
A U R O R A





Capítulo 6



Harald el despiadado.









 En los capítulos anteriores...


 Un grupo de tres jóvenes decide emprender un insensato y temerario viaje en coche desde Madrid hasta el norte de Noruega, para lo cual se pertrechan con todo lo necesario para su supervivencia y se lanzan a la aventura una fría madrugada de primavera. 

 Después de pasar por Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y Dinamarca en las tres primeras jornadas de viaje, los viajeros atraviesan en ferry un trecho del Mar del Norte para al fin desembarcar en Oslo, donde serán detenidos y duramente interrogados por la policía fronteriza noruega. Una vez liberados, encontrarán alojamiento en una cabaña al pie de un fiordo y se dispondrán a visitar la ciudad. 



Día 5: 20/04/2011 (miércoles)



 Cuando despertamos el Sol nos había tomado la delantera y ya empezaba a estar alto en el cielo. Aún así no era especialmente tarde, simplemente ocurría que allí el astro rey gusta de madrugar bastante. Aquel día nos habíamos propuesto explorar Oslo, de modo que cargamos en el coche todo lo que pensábamos que íbamos a necesitar y nos dispusimos a emprender el camino. Esta vez Lucas se había estudiado bien el mapa y pudimos llegar a la ciudad sin perdernos, autopistas nuevas a parte. Por si fuera poco logramos aparcar cerca del Palacio Real, justo a tiro de piedra del centro urbano. Desde hace tiempo tengo la teoría de que en algún momento de su vida Lucas vendió su alma al diablo a cambio de poder aparcar donde quisiera, y estoy convencido de que aquella mañana se ganó al menos mil años de chamuscarse las pestañas entre los fuegos infernales. Precisamente estábamos comentando que por una vez todo estaba saliendo a pedir de boca cuando en ese instante nos dimos cuenta de que nos habíamos dejado toda la comida en la cabaña, de hecho solo contábamos con un puñado de rebanas de pan bimbo a las cuales echar mano en caso de emergencia. Dado que nuestro presupuesto seguía siendo el que era, nos resignamos a un día más sin comer (al menos en esta ocasión todos habíamos desayunado) y sin más comentarios sobre el tema nos dirigimos al primer hito de la jornada, el Palacio Real.

 Noruega es una monarquía y su rey es Harald V, un anciano y acaudalado personaje cuya ascendencia se entremezcla con la sangre azul de los linajes aristocráticos europeos de más rancio abolengo. Como todo rey en un estado parlamentario su trabajo simplemente es el de figurar allá donde se le indique, leer los discursos que alguien le prepara y dedicarse a la buena vida tratando de no meter la cabeza demasiado en los asuntos públicos. Pero si se rebusca mucho en la genealogía de este hombre, descubrimos que hubo otros Harald antes de él, reyes de verdad que si se ganaron su título.

 Noruega empieza a figurar en la historia durante la llamada "Era vikinga". Todos hemos oído hablar mil y una veces de los vikingos; los hemos visto en dibujos animados, en películas, en series, los hemos leído en libros, etc. Sin embargo nunca hubo una nación vikinga. Cuando pensamos en los vikingos nos estamos refiriendo en realidad a los habitantes nórdicos de Escandinavia, correspondiendo tal región a las actuales Suecia, Dinamarca y Noruega. Durante la edad media se llamaba vikingos a aquellos guerreros nórdicos, ya fuesen daneses, noruegos o suecos, que salían en expediciones de saqueo o en ocasiones también de conquista. De este modo, aquel que salía de expedición "salía de vikingo". Pero... ¿Que impulsaba a estas gentes a arrojarse de cabeza a tanta aventura y sangrienta belicosidad? La teoría más extendida nos habla de un problema de superpoblación y falta de recursos que obligaron a parte de los habitantes de aquellas frías y duras tierras a echarse al mar en busca de buenas tierras y un mejor botín (y eso que el clima en la edad media era más cálido que el actual). Desde los primeros tiempos los nórdicos aprendieron a construir ágiles pero robustas embarcaciones, especialmente diseñadas para poder navegar largas distancias por alta mar. Son los "Drakkar" que tantas veces hemos visto en las películas con sus velas blancas y rojas, su coloridos escudos protegiendo las bordas y ese típico mascaron de proa con forma de cabeza de dragón. De echo la palabra Drakkar viene de un antiguo termino islandés para designar a los dragones.

Drakkar vikingo.


 Entre los siglos IX y X expediciones vikingas asolaron casi todas las costas europeas, incluso las mediterráneas. Algunos Drakkar llegaron a remontar el Guadalquivir y saquear Sevilla durante siete terribles días. Otras ciudades como París hubieron de pagar pesados tributos para evitar ser devastadas. Los vikingos aparecían de la nada en el horizonte a bordo de sus veloces embarcaciones, atacaban con una ferocidad desmedida y volvían a desaparecer con la misma celeridad. Algunos vikingos eran llamados "Berserkers" y se caracterizaban por caer en una furia sanguinaria cercana al delirio en mitad de la batalla. Se piensa que antes de los enfrentamientos consumían sustancias psicotrópicas y que incluso se autoinfligían heridas para enardecerse aún más. Las crónicas cuentan que una vez sumergidos en la vorágine del combate los Berserkers podían llegar al extremo de no distinguir entre amigo y enemigo, simplemente mataban todo aquello que se cruzara en su camino.


Vikingo berserker listo para sembrar la muerte y la destrucción. Fuente: http://ancientweaponsarmor.blogspot.com.es/2012/03/viking-berserker.html


 Ningún ejército europeo improvisadamente reunido parecía capaz de resistir tan altas dosis de violencia y salvajismo, ni tampoco servia de nada a los pobres aldeanos esconderse en las iglesias, pues los vikingos eran paganos y no tenían ningún pudor en profanar los templos cristianos. "De la furia de los nórdicos sálvanos buen Señor" rezaban los aldeanos, y con frecuencia el "buen Señor" pasó olímpicamente de ellos y dejó que fueran cruelmente masacrados. Frente a la furia nórdica no había salvación, ni humana ni divina.

 Pero no todo lo que causaron aquellos aguerridos guerreros del norte fue destrucción. Algunos, liderados por un fiero caudillo llamado Rolf el Caminante (se dice que era tan grande que ningún caballo podía soportar su peso), se asentaron en una región del norte de Francia que a partir de entonces pasaría a ser conocida como Normandía (de "Nortmanni", los hombres del norte).
Normandía, en azul.
La cultura normanda, en gran medida influenciada por la francesa, llegaría a brillar con fuerza (por ejemplo aún hoy en día miles de turistas visitan todos los años sus elegantes pero resistentes castillos). Además, Normandía adquiriría fama eterna gracias a la épica gesta militar del más grande de sus reyes, Guillermo el Conquistador, quien hizo honor a su nombre conquistando Inglaterra tras la famosa batalla de Hastings (ocurrida en el 1066 d.C.) y cambiando el destino del país británico para siempre.

 El origen de otra importante nación moderna se debe también a los nórdicos, concretamente a mercaderes-guerreros que fueron monopolizando poco a poco la ruta comercial que unía el norte de Europa con la gran metrópoli de Constantinopla, hasta hacerse fuertes en Kiev y en otras ciudades de la zona. Los nórdicos se mezclaron con la población eslava autóctona y se llamaron a si mismos "Rus". Los "Rus de Kiev" formaron un poderoso principado que sería el germen de lo que más tarde conoceríamos como Rusia.

 Así mismo, partidas vikingas colonizaron por vez primera tanto Islandia como Groedlandia (véase nota 1), y algunos piensan que pudieron incluso llegar a desembarcar en las costas de Norte América y comerciar/guerrear con los indígenas americanos.

 ¿Pero que tiene que ver todo esto con Noruega y con el palacio de Harald V? Calma amable lector, vamos a ello. A mediados del S. IX d.C. el territorio de la actual Noruega estaba fragmentado en una multitud de pequeños poderes regionales que guerreaban incansablemente unos contra otros. No obstante, un visionario personaje que pasaría a ser conocido como Harald I "el de la hermosa Cabellera", el primer rey de Noruega, tenía algo que decir al respecto. Poco a poco hizo valer sus dotes de líder guerrero y comenzó a unificar a todas las regiones bajo su poder. No todos contemplaron con agrado estos cambios y en algún momento de finales del siglo se unieron para intentar derrocarle y restablecer el anterior status quo en el cual la aristocracia regional se repartía todo el pastel. Todo se decidió en la impronunciable batalla de Hafrsfjord, la cual probablemente tuvo lugar en el fiordo de la moderna Stavanger, bella ciudad que en su momento visitaremos. Ambos ejércitos se enfrentaron al más puro estilo vikingo: a bordo de sus barcos y en medio de lluvias de flechas y salvajes hachazos. Según cuentan las fuentes, la batalla fue larga e igualada. Hacia el final, cuando los enemigos de Harald I empezaron a ver flaquear sus líneas tomaron una decisión desesperada: lanzarían sus últimos barcos en un ataque suicida contra su odiado rival. No lo lograron y como consecuencia nació el Reino de Noruega.

 A partir de aquí Noruega vivió una historia turbulenta. El hijo de Harald I no recibió el apodo de Erik "Hacha Sangrienta" por casualidad, caracterizándose por no tratar precisamente con palabras amables a todo aquel que se atreviera a insinuar la más mínima amenaza a su trono, hermanos incluidos (pasó por el hacha a varios de ellos, sin embargo el karma le castigó y tuvo una muerte violenta expulsado de su tierra a causa de su despiadado y sanguinario régimen). Y así llegamos al siguiente Harald, el segundo de su nombre, hijo de Erik Hacha Sangrienta. Este Harald II desmereció su título y no tuvo más remedio que declararse súbdito del vikingo más poderoso de su tiempo (y además tocayo suyo): Harald Dienteazul, rey de Dinamarca. Harald Diente azul es famoso por ser el primer vikingo en convertirse al cristianismo (obligando a su pueblo a hacer lo mismo) así como por dar nombre a una tecnología de transmisión de datos entre dispositivos móviles hoy ya un poco desfasada: el Bluetooth (recordemos que fue diseñado por los suecos de Ericsson y lo fineses de Nokia, entre otros). No obstante Noruega nunca olvidaría su independencia y en consecuencia nunca dejaría de intentar recuperarla. Y de este modo llegamos al tercer Harald y en mi opinión el mejor de todos. La vida de Harald Sigurdsson (más tarde Harald III "el despiadado") da para escribir varias novelas históricas y de hecho las hay (véase nota 2).

  Hijo del rey Olaf II de Noruega, Harald era el menor de tres hermanos y encima era bastardo, con lo cual no puede decirse que tuviera demasiadas aspiraciones al trono. Por aquel entonces Noruega seguía sometida a Dinamarca, la cual en ese momento estaba regida por el rey danes más poderoso de todos cuantos hubo: Canuto el Grande (para quienes piensen que me he inventado el nombre simplemente comentaré que "Canuto", aparte de eso, es también la castellanización del nombre danes "Cnut"). Este rey de peculiar nombre llegó a dominar Inglaterra junto con buena parte del mundo nórdico, creando lo que posteriormente los historiadores conocerían como el "Imperio de Canuto" (en serio, que no es broma).


El Imperio de Canuto, oficialmente conocido con el menos cómico nombre de Imperio del Mar del Norte.
Fuente: «Cnut lands-es» de Cnut lands.svg: Hel-hamaderivative work: Rowanwindwhistler - Cnut lands.svg: Hel-hama. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 3.0 vía Wikimedia Commons - 


 En fin, el caso es que con solo 15 años, nuestro Harald se unió a las huestes de su padre, Olaf II, para enfrentarse al terrible Canuto en la batalla de Stiklestad, al sur de Noruega. La batalla fue dura, sangrienta y en ella los noruegos fueron derrotados. El rey Olaf murió durante el choque y Harald estuvo apunto de seguirle al otro mundo, pues quedó muy gravemente herido. Tras escapar milagrosamente de los daneses y recuperarse de sus heridas, Harald huyó al exilio.

 Su primer destino de importancia fue la corte del principe Yaroslav el Sabio, soberano de la Rus de Kiev, un principado que como ya comenté era el germen de una nación que algún día sería conocida como Rusia. Allí fue bien acogido, tanto por sus dotes guerreras como por su gran carisma personal. Pronto Harald se convirtió en el azote de todos los enemigos del príncipe, que principalmente consistían en hordas de nomadas-guerreros procedentes de las hostiles estepas asiáticas. 

Rus de Kiev allá por el S. XI.
Fuente: «Kievan Rus en». Publicado bajo la licencia CC BY-SA 3.0 vía Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Kievan_Rus_en.jpg#/media/File:Kievan_Rus_en.jpg.


 Nombrado jefe de todos los ejércitos de la Rus de Kiev, Harald parecía al fin haberse aupado a la cima de su carrera como militar mercenario. Sin embargo nuestro hombre estaba inquieto y no tardó en abandonar la prospera corte de Kiev para dirigirse a una nueva empresa. Las malas lenguas dicen que enamoró a la esposa de Yaroslav y cuando la situación se tornó demasiado violenta decidió quitarse de en medio, pero yo soy un ingenuo y prefiero pensar que fue realmente su sed de ver mundo y correr nuevas aventuras la que le impulsó a marcharse.

 Su siguiente destino fue la ciudad occidental más poderosa de su tiempo: Constantinopla. Esta gigantesca metrópoli, hoy conocida como Estambul, era la heredera del Imperio Romano de Oriente y dominaba buena parte del mediterráneo, siendo el núcleo de lo que hoy conocemos como el Imperio Bizantino (pues Bizancio era su antiguo nombre griego). 

Fuente: «Map Byzantine Empire 1025-es» de Map_Byzantine_Empire_1025-en.svg: Nécropotame (original French version); Cplakidas (English translation and modification); Kelzad (Spanish translation) - Map_Byzantine_Empire_1025-en.svg. Disponible bajo la licencia CC BY-SA 2.5 vía Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Map_Byzantine_Empire_1025-es.svg#/media/File:Map_Byzantine_Empire_1025-es.svg


Constantinopla en la Edad Media, destaca el monumental hipódromo en donde diferentes hinchadas defendían su colores mientras seguían las carreras de cuádrigas, muy al estilo de nuestros modernos estadios de fútbol, en ocasiones provocando disturbios, costumbre que aún se mantiene hoy. Obsérvese que Santa Sofia (arriba en el centro) aún no tenía minaretes. La ciudad estaba defendida por tierra mediante una triple muralla infranqueable. Los barcos bizantinos manejaban además el "fuego griego", una especie de napalm que incineraba a las flotas enemigas.


 Constantinopla, pese a su poder, estaba rodeada de enemigos (búlgaros en el norte, tropas árabes en el este, piratas musulmanes por doquier, etc), así que las grandes dotes militares de Harald fueron bien recibidas por Miguel IV, el emperador. No era el primer nórdico en seguir este camino; hacía tiempo que los emperadores bizantinos habían decidido rodearse de la conocida “Guardia Varega”, una élite de aguerridos mercenarios nórdicos que tanto protegían la corte imperial como eran enviados a los frentes de batalla en los momentos más críticos. 

 Harald no tardó en integrarse bien en la Guardia Varega y con el paso del tiempo sus hazañas militares le permitirían convertirse en su líder. Nuestro hombre fue puesto bajo las ordenes de Georgios Maniakes, el "estrategos autocrator" (jefazo militar máximo) del Imperio, y junto con él recorrió Asia y el mediterráneo derrotando a las tropas enemigas árabes allá donde se pusieron en su camino. Incluso se comenta que visitó y combatió en Jerusalén. Su cruzada contra los árabes culminó cuando atacó y conquistó la mitad del Emirato de Sicilia, que no era otra cosa que una especie de confederación de piratas sarracenos que ocupaban dicha isla. Harald era un buen táctico y solía usar fintas durante el combate, es decir, fingía una retirada para revolverse en el último momento contra sus enemigos y sorprenderles en desorden con un contraataque bien organizado. También se le atribuyen tácticas algo menos ortodoxas, como untar palomas en resina, prenderles fuego y lanzarlas volando contra las fortalezas enemigas para incendiar sus tejados. Por suerte para Harald aún faltaban varios siglos para que alguna organización defensora de los animales pudiera denunciarle. El caso es que tras sus éxitos contra los sarracenos, Maniakes envió a Harald y a la Guardia Varega a Italia con el fin unirse a Miguel Doukeianos, el gobernador bizantino de la zona, y sofocar una revuelta de normandos y lombardos en el norte (de los normandos ya hemos hablado, los lombardos por su parte eran una tribu germana que se había asentado con cierto éxito en el norte de Italia tras la caída del Imperio Romano de Occidente). Por un tiempo las cosas fueron bien allí, con Harald y Doukeianos avanzando con éxito contra los rebeldes italianos. Sin embargo las cosas se torcieron cuando apareció Guillermo “Brazo de Hierro”, un aguerrido mercenario normando que también había luchado en Sicilia y que se había ganado su apodo al matar al Emir de Siracusa en singular combate. Guillermo contaba con un poderoso cuerpo de caballería acorazada contra el que las fuerzas varegas y bizantinas nada pudieron hacer (empezaban a hacer aparición los primeros “caballeros medievales”, cuya carga era terrible y casi imparable). El debilitamiento del poder bizantino en Italia no debió de gustar en Constantinopla: Doukeianos fue depuesto y enviado a luchar a Sicilia, donde los sarracenos volvían a hacer de las suyas; por su parte Harald y sus varegos fueron enviados al frente más duro y sangriento de todos: Bulgaria. Los búlgaros, un pueblo semi-bárbaro y bien nutrido de duros guerreros, acababan de levantarse contra el dominio bizantino en los Balcanes y tratar con ellos no era cosa de broma. Tal vez el emperador pensaba librarse de Harald al enviarlo al frente búlgaro, pero si ese fue el caso calculó mal. Harald regresó con éxito a Constantinopla tras haberse ganado merecidamente los apodos de “devastador de Bulgaria” y “azote de los búlgaros”. No obstante no solo en la guerra era diestro Harald, sino también en el amor, y de nuevo cuentan los rumores que vivió una apasionada aventura amorosa con una bella búlgara llamada Oslava, en cuyo honor bautizaría posteriormente a la actual capital de Noruega, Oslo. ¿Será verdad? Probablemente nunca lo sabremos. Guerras y amoríos a parte, Harald se encontraba en la cima de su poder, líder de la Guardia Varega y colmado de las riquezas acumuladas tras mil y un saqueos. Ni siquiera la caída en desgracia de Georgios Maniakes, el viejo estrategos y compañero de batallas Harald, quien se reveló fallidamente contra el emperador y murió victima de ello, pudo hacer mella en su prestigio. Sin embargo para Harald había en el mundo un poder mucho más terrible que la más cruenta de las batallas o la más enrevesada de las conspiraciones: las faldas. Miguel V había muerto y su sucesor, Miguel VI (no no eran muy originales con los nombres), había resultado ser un muchacho que fue primero manipulado y poco después asesinado por Zoe, una poderosa y manipuladora emperatriz que era el auténtico poder en la sombra. Romano III, un decrépito viejo, fue el siguiente emperador títere. Cuentan de nuevo las malas lenguas que Zoe, quien evidentemente no veía colmados sus apetitos carnales con su nuevo esposo, se encaprichó de Harald, viviendo ambos una tórrida y sobretodo prohibida aventura amorosa. Intimar con semejante viuda negra en la corrupta y turbulenta corte del Imperio Bizantino es una de esas cosas que, lo mires como lo mires, sabes que no puede salir bien, así que me imagino que Harald no debió de sentirse demasiado sorprendido cuando Romano III, a quien le habían chivado la infidelidad de su esposa, le acusó de robar parte del tesoro imperial y le arrestó. Prueba de que Harald ya debía de estar oliéndose la tostada fue que no tardó apenas unos días en fugarse de la cárcel y en escapar del Imperio. En su currículum podía vanagloriarse de haber participado en 18 batallas por la grandeza y gloria del Imperio Bizantino, haber liderado la Guardia Varega, amasado incontables riquezas y seducido a la poderosa emperatriz Zoe. No estaba mal. Volviendo sobre sus pasos, Harald regresó a la corte de Yaroslav en Kiev. Hubiera sucedido lo que hubiera sucedido en el pasado entre ambos hombres, todo desencuentro estaba ya olvidado y los dos se abrazaron efusivamente al reencontrarse, recordando y reviviendo su vieja amistad. Gracias a una de sus seducciones relámpago, Harald enamoró a la hija de Yaroslav y se casó con ella. Podría haber vivido una vida próspera y feliz en Kiev, pero en lugar de ello decidió regresar a Noruega, de donde había tenido que salir corriendo hacía ya tantísimos años. ¿Porque abandonar una vez más la seguridad y las riquezas para lanzarse insensatamente de vuelta a su agitada patria? Bueno, lo cierto es que Harald no conocía otra manera de vivir, y sin embargo hubo un motivo más. Tras la muerte del gran rey danes Canuto, sus sucesores decidieron dejar al fin en paz a la díscola Noruega y centrarse en consolidar su dominio sobre la isla de Gran Bretaña. De este modo volvía a haber un trono vacante en Noruega. Harald debió de enterarse y, llevando tras de sí a su esposa, trató de llegar el primero a su patria para hacerse con la corona. Desgraciadamente (al menos para él) llegó tarde: un sobrino suyo llamado Magnus fue más rápido y logró hacerse primero con la realeza. Sin embargo Harald, que no se arrugaba ante nada, viajó igualmente a Noruega y allí, nadie sabe muy bien como, logró que Magnus le nombrara “co-reinante”. Se ignora cómo lo hizo, ¿extorsión? ¿amenazas? ¿sobornos? ¿sutil diplomacia? ¿quizá todo ello a la vez? Lo cierto es que Magnus era joven, inexperto y no demasiado conocido por el pueblo, así que frente al desbordante huracán que era su rival entendemos que no quisiera exponerse a una guerra civil y aceptara ir a medias. Fuera como fuera, el caso es que el hábil Harald había logrado poner al menos la mitad de su culo sobre el trono noruego. ¿Y que vino después? Durante algo menos de un año ambos medio-reyes medio-reinaron cada uno en su medio-corte real. Luego Magnus murió. Sé lo que el lector esta pensando y es muy probable que fuera así, pero de nuevo hemos de rendirnos ante evidencia de que nunca sabremos la verdad, a fin de cuentas en el duro mundo de la edad media la esperanza de vida no solía ser muy larga, así que... ¿quién sabe? Sucediera como sucediera, al fin nuestro protagonista fue coronado plenamente como Harald III de Noruega. Tenía 32 años y aún le quedaban muchas cosas que hacer, y una de las que mejor se le daban, junto con coquetear con damas peligrosas, era la guerra. Durante los siguientes 20 años Harald devastó la costa danesa (tal vez en venganza por la muerte de su padre) y tiñó el mar y la tierra de sangre, emprendiendo diferentes campañas contra los diversos enemigos de Noruega. En el interior, fortaleció con mano de hierro la unidad nacional y sometió duramente a la díscola nobleza, por lo cual fue apodado “Hardrada”, el despiadado. En la otra mano también revitalizó la economía, impulsando el comercio con el Imperio Bizantino y la Rus de Kiev, sus antiguas patrias, logrando en el proceso que la moneda noruega adquiriera estabilidad así como un cierto peso en el comercio mundial. Así mismo construyó monasterios e iglesias y trató de fomentar la cultura, en la medida en que aquellos duros tiempos permitían tales proyectos. Harald tampoco olvidó su espíritu aventurero y protagonizó diversos viajes de exploración, algunos de los cuales pudieron llevarle según algunos historiadores hasta América del Norte.
 
 Y entonces llegó 1066, un año decisivo en la historia europea. Todo sucedió en Inglaterra. Allí reinaba el rey anglosajón Harald Godwinson. Como tantas veces ha ocurrido en la historia, este rey tenía un hermano, Tostig Godwinson, que ambicionaba su trono. Tostig, consciente de no disponer de un ejército con el cual derrotar a su hermano, buscó ayuda en el exterior y la encontró en un hombre que a sus 52 años aún se hallaba hambriento de sangre, gloria y aventuras: Harald Hardrada. Harald y sus vikingos noruegos se aprestaron a la guerra y desembarcaron en Inglaterra engrosando las filas de Tostig. Harald Godwinson podría simplemente haber juntado a sus propias tropas y haberse lanzado en una batalla fratricida contra su hermano, pero tenía un enorme problema que se lo impedía. Tal problema se llamaba Normandía. ¿La recuerda el lector de hace ya unas cuantas líneas atrás? Este reino de origen nórdico situado en el norte de Francia había alcanzado un gran poder y se hallaba gobernado por un joven rey de gran talento, Guillermo el Bastardo. A pesar de su apodo y de su no muy aristocrática cuna, Guillermo era un gran líder y un mejor militar. Tras unir y engrandecer a su nación ahora ambicionaba nada más y nada menos que la conquista de Inglaterra. Un ejercito normando permanecía acuartelado en la costa del Canal de la Mancha, a la espera de que las condiciones del mar les permitieran iniciar la invasión. Así las cosas, lo cierto es que la situación pintaba bastante fea para Harald Godwinson. ¿Y que hizo? Supongo que lo que usted o yo haríamos: intentó negociar con su hermano, prometiéndole tierras a cambio de que se uniera a él contra Guillermo. Tostig se sintió tentado, pero era un hombre de honor y ya tenía un pacto con Harald Hardrada, así que le preguntó a su hermano cuantas tierras le corresponderían al rey noruego. Harald Godwinson contestó que a su tocayo le tocarían “siete pies de tierra inglesa para una tumba, o quizá un poco más ya que es tan alto”. Al oír estas palabras, Tostig mantuvo la palabra dada a Harald Hardrada y rechazó la oferta de paz, avanzando hacia el sur al encuentro de su hermano. A Harald Godwinson se le habían acabado las opciones, solo le quedaba luchar por desesperada que fuera su situación, y eso hizo. Rezando para que Guillermo tuviera que aplazar una vez más su temible desembarco en el sur, el aún rey de Inglaterra se lanzó a la batalla fratricida que había tratado de evitar, encontrándose finalmente con su hermano cerca de la localidad de Stamford Bridge. La batalla de Stamford Bridge ha sido una de las más decisivas de la historia europea y transcurrió de un modo épico. Las tropas anglosajonas de Harald Godwinson sorprendieron a Tostig y sus aliados vikingos cruzando un puente y sin estar debidamente preparados para la lucha. Los anglosajones trataron de forzar el cruce del puente y pillar al grueso del ejército enemigo completamente desprevenido, sin embargo (cuenta la leyenda) en dicho puente un gigantesco guerrero vikingo armado con una enorme hacha logró mantener la posición el tiempo suficiente como para permitir a sus compañeros formar en orden de batalla al otro lado del río. Desgraciadamente para el fiero vikingo un lancero anglosajón se infiltró astutamente bajo el puente y cuando nadie lo esperaba le clavó su lanza en el culo, tal cual. El vikingo cayó mortalmente herido y los anglosajones de Harald Godwinson cruzaron al otro lado del río atacando al grueso de las tropas de Tostig, que esperaban preparadas. 

Despiadada lucha en el puente. Se puede ver al soldado anglosajón que nada en el agua preparando la mortal sodomización  contra el titán vikingo. Al fondo las huestes de Tostig se preparan para la batalla.



 Lo que siguió fueron varias horas de una encarnizada, sangrienta e igualada lucha. Sin embargo al final las tropas anglosajonas lograron fragmentar las líneas vikingas y decidir la batalla a su favor. Tostig fue muerto y Harald Hardrada, Harald III de Noruega, nuestro Harald Sigurdsson que tantas líneas de este relato ha protagonizado, obtuvo siete pies de tierra inglesa para ser enterrado en una tumba, o quizá un poco más ya que era tan alto.

 Aquí terminaría nuestro paseo por la historia medieval, pero tal vez algún lector se esté preguntando que fue del otro Harald, Harald Godwinson, rey de Inglaterra. Pues resulta que sin apenas poder saborear su victoria tuvo que dirigirse rápidamente junto con sus agotadas tropas anglosajonas hacia el sur, donde Guillermo el Bastardo acababa de desembarcar con sus normandos. El ejército de Harald, aunque cansado, era mucho más numeroso que las huestes de Guillermo, así que atacó, desencadenando la “batalla de Hastings”, la cual no solo fue una de las más importantes de Europa, si no a la larga también del mundo. Guillermo, aunque superado en número, contaba con dos ases bajo la manga. Uno eran sus grandes dotes militares, el otro un cuerpo de caballería acorazada que resultó ser absolutamente imparable. Los normandos aplastaron a los anglosajones y de este modo Normandía conquistó Inglaterra y Guillermo pasó a ser conocido como Guillermo el Conquistador. A resultas de la conquista normanda, hoy en día la cultura inglesa es como es y el 60% de las palabras del inglés tienen origen francés, lo cual ayuda bastante a estudiantes ineptos como yo (el francés es una lengua romance, como el español). Y puesto que la Inglaterra posterior a la conquista normanda llegaría a conquistar al menos una cuarta parte del planeta y de su población, podemos decir sin temor a exagerar que la batalla de Hastings fue decisiva en la historia mundial.

  Hubo un Harald IV que reinó sesenta y cuatro años después solo durante seis años (1130-1136) y que tuvo que enfrentarse a una guerra civil solo para ser asesinado por su sucesor. Y después, muchos siglos después, llegamos a la Noruega moderna presidida por Harald V, cuyo palacio contemplábamos aquella fría mañana de abril en Oslo.

Continuará...



Notas:

1) Paradójicamente Groedlandia significa "tierra verde" (Greenland en inglés y Grønland en danés). Erik el Rojo, el marinero y explorador islandes que la descubrió, la llamó así probablemente como reclamo para atraer colonos, aunque es cierto que en la edad media el clima era más cálido que en la actualidad y en verano el sur de Groedlandia se cubría con efímeros campos de hierba.

2)  La novela que yo he leído y que recomiendo es "Harald el Vikingo", de Antonio Cavanillas de Blas, editado por La Esfera de los Libros, colección novela histórica. Dicho sea de paso, la muerte de Harald Hardrada marca el fin de la era vikinga. 




Bibliografía:


- Breve Historia de los Vikingos, de Manuel Velasco, editado por Nowtilus.

- Constantinopla, de Isaac Asimov, editado por Alianza Editorial. 

- La formación de Inglaterra, de Isaac Asimov, editado por Alianza Editorial. 


- La alta edad media, de Isaac Asimov, editado por Alianza Editorial.




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