lunes, 5 de marzo de 2018

En busca de la aurora. Capítulo 15: Más allá del valle mágico.


E N   B U S C A   D E   L A 
A U R O R A






Capítulo 15




Más allá del valle mágico




  En capítulos anteriores...


  Un grupo de tres jóvenes decide emprender un insensato y temerario viaje en coche desde Madrid hasta el norte de Noruega, para lo cual se pertrechan con todo lo necesario para su supervivencia y se lanzan hacia lo desconocido una fría madrugada de primavera.

  Llegados hasta Oslo tras cruzar Europa y correr diversas aventuras y desventuras (detención policial incluída), recogen al cuarto miembro de la expedición, que llega en avión hasta allí, y ya reunido todo el equipo emprenden el viaje hacia el norte. En un esfuerzo por dotarse de una pseudo-democracia dentro del itinerante vehículo, se establece un sencillo sistema de votaciones y mayorías, así como cuatro "carteras": Comisario de la Locura (Marcos), Comisario de la Cordura y Conductor (Lucas), Comisario de la Miseria (el autor) y Policía Moral (Pablo). Gracias a ello se contará con un eficaz, divertido y equilibrado mecanismo para estudiar y tomar las decisiones más difíciles.

    De algún modo cruzarán el Círculo Polar Ártico (66º 33' N), concretamente hasta el enigmático, bello y maloliente pueblo de Å, justo en el extremo del espectacular archipiélago Lofoten. Todavía viajarán más al norte cruzando las islas Vesterålen y alcanzando la ciudad de Harstad, a 68º 47' N. De allí emprenderán al fin el azaroso camino de vuelta al sur. Después de visitar maravillosos lugares y vivir diversas peripecias, se alcanza Trondheim, una animada y alegre ciudad, la segunda más grande de Noruega, y de allí se rueda hasta el pintoresco pero desolado Røros, antiguo pueblo minero.



Día 16: 30/04/2011 (sábado)


 Amanece en Røros y los rayos del sol iluminan nuestra cabaña-barracón, anunciando el comienzo de un día extraño y fantástico, aunque eso aún no lo podemos saber, ya que son las 6 de la mañana y todavía dormimos a pierna suelta (y alguno de nosotros soltando un poco de baba).

 Unas tres horas más tarde el infame sonido de la alarma del móvil de Lucas retumba en la cabaña y comete el crímen diario de despertarnos, un crimen necesario más no por ello menos horrendo. Sé que estaba soñando algo interesante, no recuerdo qué pero era interesante. Sea como sea, recojemos nuestros bártulos, decidimos no volver a ensamblar las múltiples piezas de los detectores de humo para no tener que enfrentarnos a su terrible pitido otra vez, limpiamos un poco la casa a fin de calmar nuestra conciencia por ello, y abandonamos el lugar para no volver jamás.

 El sol ya está bien alto en el cielo (para ser primavera en aquella latitud) cuando nos lanzamos alegremente a la carretera rumbo a uno de los objetivos más esperados del viaje, el Geiranjerfjord, el fiordo más famoso de Noruega y tal vez del mundo.


Ruta de Røros a Geiranjer, por cortesía de Google Maps. Más de 6 horas de carretera, recorriendo poco más de 400 kilómetros.


 Las carreteras de la mayor parte de Noruega son lo que son, te llevan de un punto a otro pero no les pidas rapidez o comodidad, y es que deben de ajustarse a una geografía plagada de todo tipo de accidentes geográficos (colinas, bosques, lagos, montañas, fiordos, tundra ártica, etc) y normalmente suelen contar solo con un carril por sentido. 


 
Circulando por una carretera noruega estándar. Irreflexiva fotografía del autor.


 Tras tantos días de viaje ya nos habíamos acostumbrado a todo ello, sin embargo cuando a los pocos kilómetros de salir de Røros el GPS nos sugirió que abandonásemos la carretera "principal" para adentrarnos en una secundaria, nos inquietamos un poco. El caso era que el GPS parecía muy seguro de lo que decía, así que optamos por tener fe y hacerle caso. 

 La carretera secundaria se trataba básicamente de un camino de grava, sin separación de carriles y por donde circular a más de 50-60 kilómetros por hora era un suicidio. Al menos el paisaje era bonito, rodábamos a través de un denso bosque de altos pinos que crecían apiñados unos contra otros. Incluso nos encontramos a un tipo mayor vestido de chandal y con todo el aspecto de un hermitaño en busca de hallar la paz interior, quién paseaba por el arcén con aspecto de no importarle un pimiento encontrarse sin un vehículo en mitad de aquella arbolada nada. 

 Tras una media hora circulando penosa pero alegremente por aquel camino, se me ocurrió bromear que sería una auténtica putada si aquella ruta fuese en realidad un callejón sin salida y no llevase a ningún sitio. Un par de curvas después nos encontramos detenidos frente a una barrera metálica que nos impedía continuar, principalmente porque estaba atada con pesadas cadenas y no podíamos levantarla, que si no lo habríamos hecho. Mis compañeros intentaron acollejearme, y con razón, pero en definitiva no pudimos evitar reirnos de la situación. Cuando volvimos a cruzarnos con el hermitaño, me pareció vislumbrar una sonrisa en su cara.

 Regresados a la sinuosa carretera principal, el GPS recalcula la ruta, esta vez pensándoselo un poco mejor, y seguimos. 



En Noruega, cuando conduces siempre hay que ir pendiente de los esquiadores locos que pueden asaltarte tras cualquier curva. Es indiferente si hay nieve o no, el esquiador loco siempre acecha. Fotografía del autor.





Fieles se reunen en el camposanto de una de las pequeñas iglesias de madera que son típicas por aquella zona. Fotografía del autor.



 
Hace buena temperatura, un sol radiante luce en el cielo e incluso el paisaje de colinas y pinos tiene un aire vagamente mediterráneo, lo cual ayuda a empezar a recuperar nuestra mermada moral. 

 Parece como si Noruega nos hubiera estado vigilando y le ofendiese nuestra complacencia, pues de repente aparecimos en medio de un escenario con todo el aspecto de las más duras estepas mongolas. Le aseguro al lector que no supimos exáctamente cómo ocurrió, circulábamos entre amables bosques y al momento siguiente nos encontramos rodeados por un desolado paisaje compuesto de lomas bajas y pequeñas llanuras cubiertas mitad de nieve, mitad de un suelo terroso y oscuro. Llegamos a plantearnos la posibilidad de haber dado un salto a través del espacio y del tiempo, de hecho no me hubiera extrañado nada que un mamut se nos hubiera cruzado en medio de la carretera. Aquí y allá la naturaleza intentaba mantenerse presente por medio de algunos arbustos y árboles dispersos, muy consumidos por el rigor del lugar. A todo lo anterior había que sumarle una amplia colección de lagos y riachuelos en distintos grados de congelación. Lo cierto es que el panorama impresionaba por su rigurosa severidad. No le desearía ni a mi peor enemigo pasar una noche al raso allí.





Paisaje desolado en la tundra noruega. Fotografía del autor.




 A los pocos kilómetros al final dejamos atrás la adusta estepa y nos internamos en un paisaje que era ya plenamente ártico. La nieve, que lo cubría todo menos la carretera, no dejaba lugar a dudas. Sin embargo hacía sol, y si se cumple esta condición los noruegos y noruegas aprovechan para despelotarse e intentar coger un poco de moreno. A las pruebas me remito:



En efecto, la chica que aparece señalada camina alegremente por el arcén... en bikini. Los noruegos deben de tener anticongelante en la sangre. Fotografía del autor.



 El imperturbable Lucas siguió conduciendo flanqueado por enormes y heladas montañas. Todo a nuestro alrededor resplandecía en un blanco doloroso para los ojos. Nos acercamos a una montaña que quedaba a nuestra izquierda y tenía el aspecto de una gigantesca ola de hielo, roca y nieve congelada justo antes de romper. 


Ola helada de roca e hielo. Fotografía del autor.

La ola parecía ir a rompernos encima. Fotografía del autor.


 Tras situarnos bajo su impresionante sombra, con la incómoda sensación de ir a ser aplastados por ella en cualquier momento, justo cuando creíamos perdida toda esperanza descubrimos la boca de un túnel por el cual nos introdujimos para atravesarla.

 Fue un túnel que nunca olvidaré. Medía 7 kilómetros y en su interior llovía. Por alguna carambola climática la humedad del aire se condensaba allí dentro, empapando las paredes y sobre todo el techo, que goteaban agua sin parar, obligando a Lucas a activar los limpiaparabrisas. Para no quedarse atrás, el asfalto se había degradado hasta convertirse en una mezcla de gravilla, barro y muchos socavones ocultos en charcos. Y así, botando sobre los contínuos charcos bajo la extraña lluvia, pasamos los 7 kilómetros de escasamente iluminado túnel.

 A la salida descubrimos que hemos errado el camino, dejando atrás la carretera que conduce a Geiranjer, la localidad cerca de la cual discurre el fiordo al que da nombre, el Geiranjerfjord, y que recuerdo al lector que se trataba de nuestro objetivo del día. Vuelta al túnel, con su lluvia, su gravilla, su fango y sus acuosos baches. Si el lector quiere ponerse un poco más en situación, le recomiendo que le eche un vistazo al siguiente vídeo que grabé e intenté comentar en tan insólitas circunstancias:





 Rehecho el camino, esta vez tomamos la carretera adecuada e iniciamos la aproximación final a Geiranjer. Todo habría salido bien si a los pocos kilómetros no nos hubiéramos visto obligados a detenernos brúscamente. Esta vez lo que nos impedía seguir no era ninguna barrera humana, por el contrario se trataba de un obstáculo colocado allí cariñosamente por la mismísima Madre Naturaleza: la carretera estaba bloqueada por la nieve.


Fíjense en la señal de peligro de la derecha, no puede estar mejor colocada. Fotografía del autor.

 Llegados a este punto, tras realizar las oportunas fotos, aliviar la vejiga y estirar un poco las piernas después de muchas horas montados en el coche, nos reunimos en consejo a fin de trazar un plan de contingencia.

Lucas aparca el coche mientras se decide qué hacer y alguno aprovecha para hacer sus cosas en la nieve. Fotografía del autor.


 Consultando el mapa, se opta por cambiar nuestro destino: en lugar de dirigirnos a Geiranjer, ruta bloqueada, seguiremos un camino alternativo y viajaremos a Hellesylt. El nombre prometer no prometía mucho, pues en nuestros oídos se parecía sospechosamente a "hell shit" (mierda del infierno), pero era nuestra única alternativa y además no quedaba especialmente lejos del Geiranjerfjord, así que allí nos encaminamos. 


 
Recálculo de la ruta. En vez de acercarnos a Geiranjer por el norte, lo haremos desde el sur. Cortesía del señor Google Maps.

 Además de nuestro querido túnel de los 7 kilómetros, por el cual volvimos a pasar por tercera vez, mientras seguíamos circulando en medio del paisaje ártico tuvimos que atravesar algunos otros. Nos llovió en todos. 

 Y así fue como ocurrió que al salir del último túnel lluvioso, llegamos al valle mágico. 

 Describir el valle mágico con palabras me va a resultar difícil. La carretera, al salir del túnel, descendía entre al menos un millón de sinuosas curvas, abriéndose paso a través de un difuso pero verde bosque aderezado con parches de nieve sucia y rocas negras como el carbón que sudaban sin cesar por culpa del deshielo primaveral. Poderosas montañas cubrían a poca distancia los flancos, con boscosas laderas y escarpadas cumbres cubiertas de nieve que se alzaban amenazantes hacia el cielo. Paramos a admirar aquello y al hacerlo descubrimos que desde las negras rocas de las montañas caían violentamente bravos torrentes y tempestuosos riachuelos. 

De izquierda a derecha posamos Pablo, el autor y Marcos, con el valle mágico abriéndose a nuestras espaldas. Fotografía por cortesía de Lucas.


 
El fiel coche de Lucas contempla las vistas. Fotografía por cortesía de Lucas.


Las oscuras laderas de las montañas chorreaban agua debido al deshielo. Fotografía del autor.


 Una vez a pie de valle, lo seguimos hasta que se abrió en un magnífico lago, que yacía acorralado entre los bosques y las montañas, con alguna pequeña aldea que otra lamiendo sus calmadas aguas. El agua estaba tan tranquila y era tan pura, que funcionaba como un espejo casi perfecto, mostrándonos una imagen invertida de las negruzcas montañas nevadas, los bosques y por supuesto el propio cielo. La visión de tanta belleza junta hipnotizaba, uno se sentía como si algún echizo lo hubiera colado dentro de una fotografía de un calendario del National Geographic y pasease por ella. 

 Aparcado el coche en una cuneta, nos dedicamos a caminar en medio de aquel espectáculo; después de todas las dificultades del día aún no nos llegáramos a creer del todo haber ido a parar a un lugar semejante.

Marcos y el autor posan para la posteridad en aquel paisaje de ensueño. Fotografía por cortesía de Pablo (creo).

 
Nótense las ondas en el agua de la piedra que acabábamos de arrojar. Fotografía por cortesía de Lucas.


Fotografía por cortesía de Lucas.


 Hubiéramos seguido allí por más tiempo, pero la tarde empezaba a caer, la noche a acercarse, y debíamos de proseguir nuestra misión.

 Como todos los días, cuando el sol empezaba a acercarse peligrosamente al montañoso horizonte asegurarnos un alojamiento para pasar la noche se convertía en una prioridad. Lucas nos condujo al pueblecito de Stryn (véase el último mapa), donde conseguimos encontrar una casa preciosa por el módico precio de 550 Noks la noche (al cambio actual unos 57 €). No hizo falta discutir, ya teníamos sitio donde dormir. 

  A pesar de ser un hogar pequeño, con una cocina diminuta ubicada en el mismo pasillo de entrada, el resto del espacio estaba bien aprovechado y la decoración creaba un ambiente tradicional a la par que acojedor. A Pablo y a sus ronquidos se decidió recluirlos en una buhardilla a la que se accedía por una escalera levadiza hecha de madera que había que bajar con la mano. El resto nos repartimos las dos habitaciones de la planta baja. Las ventanas de la pequeña sala de estar permitían contemplar el bosque, el valle y las montañas. No, aquella casa tampoco parecía real. 

 La tentación de dejarnos caer sobre las sillas y el sofá y quedarnos allí tirados durante lo que quedaba de día fue grande. Sin embargo el dueño del lugar, un tipo de mediana edad muy alto, mucho más nórdico y aún más campechano, nos había hablado de un recóndito y misterioso fiordo, uno que no aparecía en la mayoría de guías y que pocos turistas visitaban. Como aún nos quedaban al menos un par de horas de luz, era evidente que teníamos que ir allí. Y no nos olvidemos del Geiranjerfjord, el leitmotiv de la jornada.

 Nos sacudimos como podemos el cansancio de encima y nos ponemos en marcha, fiándonos de las indicaciones del afable dueño de la casa.

 Durante el camino, a través de una serpenteante carretera de cabras que infundía una confianza nula, se bromeará sobre el riesgo de sufrir una emboscada a manos de los tarados y deformes hijos del dueño (producto de muchas generaciones de endogamia y seguramente caníbales). Cuando Lucas vea un buitre adelantarnos desde las alturas y se comente que el dueño se ha transformado en él para correr a avisar a sus hijos, las carcajadas serán generales. 

 
Circulando por el valle siniestro. Fotografía del autor.


 La carretera empeorará hasta convertirse en un maltrecho camino de grava y tierra, y a los pocos kilómetros comenzaremos a encontrar restos oxidados de vehículos tirados en las cunetas. Nos reiremos menos. Circularemos cautamente a través de un oscuro, estrecho y siniestro valle, tan cerrado que la escasa luz apenas permite crecer a unos pocos árboles. Por si no bastase con todo ello, además encontraremos en nuestro camino ancestrales chozas circulares construídas de piedra y de aspecto abandonado. Las chozas estaban simbiotizadas con el terreno, es decir, cubiertas de musgo y hierbajos. No queremos pensar en quién podría seguir usándolas para vivir, más aún cuando descubrimos la presencia de buzones aparentemente asociados a las precarias construcciones. Con todo, el valle siniestro tenía su peculiar y salvaje belleza, contando con sus propios lagos - espejo para deleitarnos con su desquiciada simetría.

El valle siniestro, además de su oscuridad y sus inquietantes chozas (de las que me temo no hay fotografías) también nos ofrecía el espectáculo de maravillosos lagos - espejo. Fotografía del autor.


 
Llegados a un cierto punto la cosa empezó a mejorar. Fotografía del autor.


 Tras unos inquietantes pero bellos momentos, el valle se abre y nos conduce hasta un fiordo tan maravilloso que considero una auténtica indecencia tratar de describirlo con palabras. Sin embargo seré indecente y lo intentaré, todo sea por el lector. 

 Nos asombramos ante más montañas de cumbres nevadas y oscura roca que chorrean agua mediante múltiples cascadas, las cuales se arrojan al vacío desde abruptos riscos y ruedan a través de muy empinadas pendientes, en donde se agarran precariamente racimos de bosque de un profundo verde. Las faldas de las montañas junto con sus aguerridos pinos, que sobreviven en una inclinación casi imposible, van a sumergirse directamente en el agua, un agua que lo refleja todo creando una imagen doble invertida que solo algún barco distorsiona brevemente al pasar. 

Pablo contempla embelesado la magnificencia del fiordo oculto. Fotografía por cortesía de Lucas.

 
El fiordo oculto se extiende por entre las escarpadas montañas. Fotografía por cortesía de Lucas.


No nos engañemos, tod@s quisiéramos ser el o la que pilota la lancha. Fotografía del autor.

 Al final del estrecho valle por el cual hemos circulado, descansa un pequeño pueblo de gentes tan odiosamente afortunadas que contemplan un paisaje de postal cada vez que se asoman por una ventana o salen de sus acojedoras casas de madera, pintadas de vivos colores, sobre todo de rojo. Algunos incluso cuentan con sus propias lanchas en el embarcadero cercano.


Sí amigos, hay un pueblecillo con gente que lleva adelante su vida allí, algunos incluso tienen lanchas y / o yates para navegar por las tranquilas aguas del fiordo. Envidiémosles juntos. Fotografía por cortesía de Lucas.


 Aparcado el coche, caminaremos por allí sin prisa, intentando no pensar en como se acerca el momento en el que el sol se cuele por detrás de las montañas y empiece a caer esa noche resplandeciente que nunca termina de ser del todo noche. Pablo probará el agua y nos confirmará que es salada, quizá para asegurarse de que nos hallamos ante un fiordo auténtico y no se trata de una falsificación. 

 Para ahorrarles a aquellos lectores más curiosos la visita a Wikipedia, les informo / recuerdo que los fiordos son vestigios de antiguos y poderosos glaciares que durante la última edad de hielo (hace más de 12.000 años) desembocaban en el mar, triturando el terreno bajo sus helados pies y creando profundos valles con forma de "U". Terminada la glaciación, el hielo se fundió y el nivel del mar subió, inundando aquellos valles y formando los magníficos fiordos que admiran hoy en día tantos turistas.

 Tras andar un poco por allí, nos topamos con un pequeño puerto en el cual flotaba aparcado un lujoso yate. Robarlo y dedicarnos a la piratería por aquellas aguas era una tentación, pero Pablo, como policía moral del viaje, nos lo impidió.

A la izquierda puede intuirse el yate que descansaba amarrado en un improvisado puerto. El sol empezaba a estar peligrosamente bajo en el montañoso horizonte. Fotografía por cortesía de Lucas.


 Fue difícil abandonar el fiordo, mis compañeros casi me tuvieron que sacar arrastras de allí, pero se nos hacía tarde y no solo había que preparar la cena y descansar, sino que Lucas, nuestro conductor impenitente, tenía además que ser capaz de regresar cruzando de nuevo el valle siniestro sin empotrar el coche contra una de sus primitivas chozas de piedra en el proceso, algo que seguramente no le gustaría a las deformes criaturas que probablemente morasen en su interior. Todo salió bien, pudimos atravesar el valle siniestro sin estrellarnos ni sufrir emboscadas, y llegamos a una carretera un poco menos terrible.

 Debatimos sobre el siguiente paso a seguir. A pesar del agotamiento extremo que caía sobre nuestros cuerpos y almas, especialmente en el caso de Lucas, optamos por rematar el día como los dioses nórdicos mandan y honrar con una visita al magnífico Geiranjerfjord, incluso a pesar de que el sol ya no nos alumbraba con sus rayos. 

  Seguimos por la principal carretera secundaria hasta Hellesylt, la mierda infernal, que en realidad es un acogedor pueblo más funcional que bonito enclavado en un recoveco entre las estribaciones del Geiranjerfjord.

 El GPS nos envía a través de una carretera que no merece el nombre de tal debido a las obras que sufre. Botaremos y rebotaremos sobre nuestros asientos. Por fortuna Lucas nuevamente conseguirá sobreponerse frente a la adversidad, y accedemos al fin a una carretera un poco menos accidentada que nos permite bordear la escarpada ladera del fiordo.

Carretera que bordea el Geiranjerfjord. Fotografía por cortesía de Lucas.


 Se trata de una ruta digna de una competición de rally, algo que a estas alturas ya nos parece perfectamente normal. Vamos pasando de túnel en túnel y tiro porque me toca; es el único modopor el cual la carretera de rally pueda lograr encaramarse a la empinada pendiente de la montaña que desemboca en el fiordo.

 Finalmente alcanzamos un mirador en donde aparcar el vehículo y sacarnos el logro final del día, contemplando embelesados una buena panorámica del Geiranjerfjord. Le copio al lector las confusas notas que en su momento tomé en mi libreta de viaje, intentando describir futilmente lo que veía:

"Cójase un valle muy aprisionado entre montañas coronadas de rocas y hielo con boscosas laderas afiladamente escarpadas, añádase una pequeña fiburcación igualmente montañosa, inúndeselo todo con las aguas más cristalinas que se puedan imaginar, adórnese el cielo con un atardecer y ya lo tienen."

 Como es una descripción bastante penosa, será mejor que siga añadiendo fotos. 



Geiranjerfjord. Uno puede retroceder mentalmente algunos siglos e imaginarse un drakkar vikingo navegando por esas aguas, portando el botín de algún saqueo. Fotografía por cortesía de Lucas.


El Geiranjerfjord se pierde en la distancia bajo el atardecer. Fotografía por cortesía de Lucas.


 Cuando ya no pudimos soportar más tanta belleza, ni tampoco el frío y oscuridad creciente que nos rodeaba, regresamos a la anhelada casita del valle mágico. 

Mientras la noche cae en el camino de vuelta, nos mantenemos alerta ante las señales de peligro que advierten de la presencia de malvadas ovejas y su aún más terrible progenie. Fotografía muy movida del autor.


 Llegados al hogar, nos preparamos para una de las cenas más merecidas y copiosas del viaje. Pablo, no solo policía moral sino también chef oficial de la expedición, nos deleitará con un delicioso arroz con fabada, una cena ligera que engullimos incivilizadamente mientras vemos canales españoles en la TV, aunque asomarse a la ventana habría sido mucho más provechoso si no fuese por la amortiguada oscuridad que ya lo cubría todo.

  En la obligada sobremesa, perfeccionamos el "Póquer Express", una variante del póquer a la que nos habíamos empezado a aficionar. Se apuesta según un sistema de puntos en vez de con dinero (que no teníamos). Por defecto se apuesta 1. Si uno no se raja y quiere descubrir tres cartas, debe de apostar 3 puntos. Descubrir 4 cartas ya requiere 6 puntos. Ver las 5 cartas sobre la mesa implica jugarse la friolera de 10 puntos, y si encima le echas huevos y encaras la apuesta de al menos otro jugador, 15 son los puntos que ganarás o perderás. Gana el que más puntos tenga al final. Se le criticó al sistema el hecho de que cuando empiezas a perder remontar es muy difícil, pues si juegas corres riesgos, y si no haces nada vas a perder sí o sí 1 punto. Por ello, se permitirá poder acumular puntuación negativa.

 La puntuación más alta aquella noche la tuvo Marcos, con más de cuarenta puntos, tras lo cual los demás consideramos oportuno arrojar las cartas sobre la mesa y retirarnos a nuestros aposentos. Me envolví en el edredón de mi cama y dormí como si nada más importase en el mundo además del propio sueño, incluso olvidé que me hallaba en el valle mágico. 


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