domingo, 8 de julio de 2018

En busca de la aurora. Capítulo 17: Bergen


EN BUSCA DE LA AURORA





Capítulo 17

Bergen




  En capítulos anteriores...
 

 
 Un grupo de tres jóvenes decide emprender un insensato y temerario viaje en coche desde Madrid hasta el norte de Noruega, para lo cual se pertrechan con todo lo necesario para su supervivencia y se lanzan hacia lo desconocido una fría madrugada de primavera.


 Llegados hasta Oslo tras cruzar Europa y correr diversas aventuras y desventuras (detención policial incluída), recogen al cuarto miembro de la expedición, que llega en avión hasta allí, y ya reunido todo el equipo emprenden el viaje hacia el norte. En un esfuerzo por dotarse de una pseudo-democracia dentro del itinerante vehículo, se establece un sencillo sistema de votaciones y mayorías, así como cuatro "carteras": Comisario de la Locura (Marcos), Comisario de la Cordura y Conductor (Lucas), Comisario de la Miseria (el autor) y Policía Moral (Pablo). Gracias a ello se contará con un eficaz, divertido y equilibrado mecanismo para estudiar y tomar las decisiones más difíciles.

  De algún modo cruzarán el Círculo Polar Ártico (66º 33' N), concretamente hasta el enigmático, bello y maloliente pueblo de Å, justo en el extremo del espectacular archipiélago Lofoten. Todavía viajarán más al norte cruzando las islas Vesterålen y alcanzando la ciudad de Harstad, a 68º 47' N. De allí emprenderán al fin el azaroso camino de vuelta al sur. 


 Después de visitar maravillosos lugares y vivir diversas peripecias, los viajeros se despiertan en una pequeña caseta rodeados por poderosas montañas de heladas cimas que encierran un angosto pero verde valle. Están en las cercanías de Flåm. Desde allí pondrán rumbo a la alegre ciudad de Bergen, segunda ciudad más grande de Noruega y antaño miembro de la Liga Hanseática, federación que dominó el comercio en todo el norte de Europa desde el S. XII al S. XV.





Día 18: 02/05/2011 (lunes)


 Antes de que el Sol consiguiera encaramarse sobre las montañas y empezar a calentar un poco el estrecho valle en el cual habíamos dormido, ya nos habíamos despertado, recojido nuestras cosas de la diminuta caseta que nos había servido de refugio, puesto a punto el coche y tras despedirnos de los dueños del camping volvimos a echarnos a la carretera, esta vez rumbo a la ciudad de Bergen, siguiendo nuestra ruta de vuelta hacia el sur.
 

Ruta desde Flam hasta Bergen, por cortesía de Google Maps.
  
 
  Las dos horas y media de viaje estuvieron plagadas de túneles que pasaban por debajo de oscuras montañas coronadas de nieve, a cuyas rocosas faldas numerosos árboles se agarraban con tenacidad. También pudimos bordear un fiordo de tranquilas aguas que discurría entre suaves colinas llenas de bosques y pequeños pueblos, hasta finalmente llegar a Bergen.


 Bergen es una ciudad construída a base de bonitos edificios de corte clásico y vivos colores, que delimitan populosas y luminosas calles de aspecto indefinidamente alegre, al menos cuando las golpea algún rayo suelto de sol. Despunta en un alto una iglesia roja de aspecto espigado y rematada de puntiagudas torres del verde óxido del cobre. El corazón de la urbe lo constituye un parque con un lago justo al lado del cual se alza la torre del rådhus, el ayuntamiento. Un brazo de mar se interna desde el noroeste en la ciudad, la cual lo rodea con gruas y muelles, poblándolo además de barcos, tanto yates, como pequeños cargueros, así como lo que nos pareció un buque de investigación oceanográfica. Finalmente todo ello está enmarcado con las boscosas montañas que conforman un horizonte no demasiado alejado.

 Siguiendo el manual básico del explorador, según logramos aparcar nuestro primer acto fue subir a una de las boscosas colinas entre las cuales se encajona la ciudad, desde donde pudimos observarla con calma mientras mermábamos nuestras provisiones para poder comer un día más, en mi caso un bocata de pimientos, que reconozco se me hizo raro disfrutar rodeado de un paisaje tan rotúndamente nórdico. Le regalo al amable lector algunas de las fotografías que tomé.

Panorámica de la ciudad de Bergen desde lo alto de una colina cercana. Fotografía del autor.



Detalle del puerto de Bergen, que aprovecha un brazo de mar. Fotografía del autor.


Detalle del centro de la ciudad, se aprecia la avenida con la plaza principal y la iglesia roja al final. Fotografía del autor.


 Alimentados y concluída nuestra observación aérea de Bergen, procedimos a descender y patearla. Transitamos por escarpadas rampas y escaleras que se internaban en densos barrios de agradables y coloridas casas bajas. Pese a lo laberíntico del trazado de aquella zona era imposible perderse, ya que la señalización que encontrábamos a nuestro paso era extremadamente precisa, como demuestra la siguiente fotografía:

Aquí el camino se divide en dos direcciones. Puedes seguir la indicación de "this way" (por allí), o en cambio optar por "that way" (por allá). No hay pérdida posible. Fotografía del autor.


 De algún modo llegamos abajo e iniciamos el mano a mano con Bergen. 

 Nuestro primer objetivo era el museo de la Liga Hanseática, que hallamos cerrado. Encarando bien aquella primera derrota, nos dirigimos hacia el segundo punto de interés en nuestra lista, una antigua iglesia normanda, construída en el macizo y austero estilo románico. Estaba no solo cerrada sino también rodeada de andamios. Torciendo el gesto, acudimos a la fortaleza costera... cerrada también, por supuesto. Llegados a aquel punto, lo mandamos todo a la porra y nos pusimos a vagar aleatoriamente por Bergen. 

 Caminamos por un paseo portuario a la vera de casitas antiguas de madera pintadas con vivos colores. Sus tejados a dos aguas estaban cortados con ángulos muy agudos, tal vez para escurrir bien la nieve en invierno. Parece que el estilo arquitectónico allí imperante era el que se llevaba en Alemania en el S.XVIII, cortesía de la Liga Hanseática. 

El autor, más joven en aquella época, posa delante de los edificios del paseo portuario de Bergen. Lucas y Pablo son capturados colateralmente a la derecha. Marcos no sale debido a que estaba ocupado haciendo la foto.

 En uno de los edificios, este de piedra y de color blanco, pudimos contemplar los escudos de las diferentes ciudades que conformaban la Liga Hanseática, incluyendo a Londres, Bremen, la propia Bergen, Hamburgo, etc. 

Edificio de la Liga Hanseática, en su fachada lucen los escudos de las otras ciudades que formaban parte de la confederación. Fotografía del autor.

Escudos de otras ciudades de la Liga Hanseática, que reconozca a primera vista, están Londres, Riga y Hamburgo, las otras dos igual al lector le suenen de algo, a mí no, aunque seguro que a Google Maps sí. Fotografía del autor.

 La Liga Hanseática fue una poderosa confederación comercial que monopolizó el comercio marítimo del norte de Europa. El nombre proviene de "Hansa", palabra que significa gremio en alemán antiguo y todavía hoy en el moderno sueco. Todo comenzó cuando, en el S. XII, Enrique II de Inglaterra concedió una carta especial de privilegios para comerciar en Londres a los mercaderes de la ciudad alemana de Colonia. El monarca básicamente deseaba oro para sus campañas militares en el continente así como para sus luchas contra la díscola nobleza. Por ello, a cambio de un buen puñado de monedas no le importó darles derechos a esos plebeyos de cuna innoble a fin de que se la jugasen cruzando el mar con sus cáscaras de nuez. No podía adivinar el poderoso mecanismo que acababa de poner en marcha, pues esta época, la Baja Edad Media, es precisamente la cuna de la burguesía y los negocios organizados tal y como los entendemos hoy en día. 

Coca mercante, una de las embarcaciones que recorrieron el Atlántico norte y el mar báltico comerciando con pesados cargamento durante la Edad Media. La Liga Hanseática empezó empleando masivamente este tipo de embarcaciones. Las cocas podían medir de 15 a 25 metros con una manga (anchura) de 5 a 8 metros, pudiendo transportar hasta 200 toneladas de carga. Fuente.


 Pronto otros gobernantes, ávidos de dinero, empezaron a hacer lo mismo que Enrique y al poco tiempo Colonia había tomado nota de la clara ventaja que proporcionaba el aliarse con otras ciudades en busca de un rotundo monopolio comercial que asegurase al máximo sus beneficios. Había nacido la Liga Hanseática. Las mejores rutas comerciales quedaron en su poder, y periódicamente la Liga realizaba asambleas entre los representantes de las ciudades que la integraban, que no paraban de crecer (Brujas, Hamburgo, Riga, Londres, Bergen…). 


 
En este mapa, que pueden ampliar pinchando en el mismo, se muestra la zona de influencia de la Liga Hanseática. Bergen era el punto más al norte hasta donde alzancaba. De Droysen/Andrée - Plate 28 of Professor G. Droysens Allgemeiner Historischer Handatlas, published by R. Andrée, 1886, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=17108274


Principales rutas de la Liga Hanseática. De Flo Beck - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=656915


 La Liga no solo manejó negocios. Los convoyes con las mercancías iban fuertemente escoltados por buques de guerra, y si un par de cañonazos ayudaba a zanjar un trato no había problema en ello. Así sucedió cuando, en respuesta a una agresión, la Liga le declaró la guerra a Dinamarca y la forzó a pedir la paz tras pagar una generosa indemnización por los daños y perjuicios causados. Como decía Al Capone, se consigue más con una pistola y una palabra amable que solo con una palabra amable. Los príncipes comerciantes de la Liga eran gentes muy poderosas, que llegaron a tener una gran importancia política, pues elevados gobernantes, principalmente el Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, dependían del oro y de la influencia que sabían que solo la Liga podía darles. 

  La Liga se derrumbó cuando, durante el Renacimiento, comenzaron a aparecer los Estados Modernos, quienes se hicieron con el control de los hilos de poder y dejaron a la Liga como una institución obsoleta, por no hablar de que no tuvo ninguna oportunidad de competir con los mercados emergentes en el recién descubierto Nuevo Mundo, ni tampoco con las lucrativas rutas con el lejano oriente.

 Mientras la Liga estuvo en alza, Bergen fue uno de sus principales integrantes, y como veíamos antes de hecho gran parte de su arquitectura antigua tiene influencias alemanas. Los comerciantes alemanes gozaron de muchos privilegios y llegaron a tener una ciudad dentro de la ciudad. Por ejemplo disfrutaban de derechos exclusivos de comercio con los pescadores norteños que cada verano navegaban con dirección a la ciudad. Finalmente en el S.XVI los bergenianos se rebelaron contra lo poco que quedaba de la Liga Hanseática y mataron y/o expulsaron a los comerciantes alemanes de la ciudad. Los que sobrevivieron y se quedaron tuvieron que renunciar a su nacionalidad y convertirse en noruegos, cosa que algunos hicieron, así que quizá viésemos a sus descendientes por las calles.

 Abandonamos la Baja Edad Media y el Renacimiento, y regresamos a aquella jornada del 2 de mayo de 2011, en la cual seguíamos caminando por Bergen, visitando por ejemplo la iglesia roja que antes ya nos había llamado la atención. 

 
Así es, además del contraluz, en ese momento el objetivo de mi cámara estaba sucio. De todos modos tampoco había mucho que ver, en la distancia parecía más grande de lo que realmente era.

 Sin embargo, lo que más nos llamó la atención por encima de todo, fue un monumento dedicado a los vikingos descubridores de Ámérica. 

 Así es, en la plaza central de Bergen se alza un monumento que conmemora el descubrimiento vikingo de América del Norte, describiendo los tratos que hicieron los guerreros nórdicos con los nativos americanos. 

En la parte superior de la imagen observamos un drakkar vikingo, mientras que en la inferior asistimos al comercio con los nativos americanos. Fotografía por cortesía de Lucas.


 Se sabe que Eric el Rojo colonizó activamente Groedlandia, a la que llamó “Green Land” (tierra verde) para atraer a incautos colonos que le sirvieran de mano de obra. Debió de aprender la lección cuando tras llamar a la moderna Islandia “Tierra de Hielo” no mucha gente quiso mudarse a un lugar con semejante nombre. Con todo, en esa época las temperaturas eran más altas que en la actualidad y aquella zona si bien era un páramo, al menos era habitable e incluso se podían cultivar algunos alimentos. Entre el frío y los ataques de piratas e inuits los noruegos terminarían fracasando en la colonización de Groedlandia, para ser sustituídos por los daneses a quienes ahora se asocia con dicha congelada isla continente. Pero volvamos a los vikingos noruegos.

 Parece que Eric el Rojo, tras dar con Groedlandia, siguió hasta las costas de Terranova, en la moderna Canadá. Allí parecen ubicarse las siguientes localizaciones que el vikingo mencionó en sus crónicas: "Helluland" (Tierra de Arroyos), "Markland" (Tierra de Bosques) y "Vinland" (Tierra de Viñedos). En este último territorio, el más sureño y acojedor de todos, el explorador Leif Eriksson, sucesor de Eric el Rojo, fundó un asentamiento permanente. No obstante parece ser que la colonia fracasó debido al escaso número de mujeres y a las contínuas peleas con los nativos americanos de la zona. 

 Todo esto era una pura hipótesis histórica hasta que el arqueólogo noruego Helge Ingstad y su esposa Anne Stine Ingstad descubrieron los restos de una pequeña aldea vikinga en L'Anse aux Meadows (La ensenada de las medusas), precisamente en las costas de Terranova. Se desenterraron tres viviendas, una forja, un aserradero para abastecer a un astillero y tres almacenes, todos ellos de manufactura puramente vikinga. 

 
Recreación de una vivienda vikinga en Terranova, Canadá. By D. Gordon E. Robertson - Own work, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=10930898



Exploraciones y conquistas vikingas junto con los años en los que se produjeron. CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=292711

  
Drakkar vikingo, parece mentira que en semejantes cáscaras de nuez aquellos guerreros cruzasen mares y océanos como si tal cosa. Fuente.


  
 Seguramente que el lector se esté preguntando: ¿cómo es posible que Cristobal Colón se llevase todo el mérito cuando los vikingos ya habían fundado colonias en América con anterioridad? La explicación es sencilla: los vikingos se toparon con las costas canadienses por accidente mientras exploraban el norte, y su contacto con el lugar fue tan desastroso y efímero que se le dió una publicidad oscura y escasa. En cambio Cristobal Colón se lanzó abiertamente en busca de nuevos territorios (Las Indias según el creía), con lo cual todo el mundo estaba pendiente cuando regresó sorprendentemente con vida y hablando de todo un continente por explorar. Eso sí, cada vez más historiadores sospechan que Colón debía de conocer de la existencia de Vinland. 

 Muchos estarán pensando en el archifamoso mapa de Vinland, que dejo a continuación.


Mapa de Vinland. De Yale University Press - Yale University, from this website, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2698304

 Si amplían el mapa verán que en efecto, en la esquina superior izquierda, más allá de Groedlandia, se dibujan unos territorios que indiscutiblemente corresponden al moderno Canadá. Vinland. La autenticidad de este mapa lleva mucho tiempo discutiéndose, aunque los últimos estudios parecen validarlo. De ser cierto, como comentaba podría haber sido el as bajo la manga de Cristobal Colón.

 Una vez más, debo de pedirle al lector que por favor abandone el remoto pasado y regrese conmigo al Bergen de mayo de 2011 (que a este paso pronto se convertirá también en remoto pasado...). Un miembro del equipo tenía un problema un tanto peliagudo: Marcos necesitaba una impresora para imprimir un billete de avión. Nuestro compañero había decidido volver anticipadamente a España viéndose muy apurado por los trabajos y exámenes de la universidad. Tras recorrer toda la ciudad, visitar las oficinas de correos que estaban dentro de un centro comercial, tocarle las narices a varias tiendas de fotos y llegar a preguntar incluso a un grupo de punkis noruegos (con quienes hablamos en un correctísimo inglés), finalmente Marcos logrará imprimir su billete de avión en la biblioteca municipal de Bergen, que por cierto estaba muy bien. Me parece que nos quedaron muy pocas calles de la ciudad sin patear.

 
Fotografía tomada aleatoriamente por el autor mientras buscábamos la impresora para el billete de Marcos. Pablo y él avanzan delante por la acera.



 Llegados a aquel punto, de nuevo se acercaba el drama diario de la amenaza de la puesta de sol, que pese a ser un acontecimiento muy bonito nos obligaba a buscar alojamiento. 

 No me pregunten por qué, ya que no me acuerdo, pero decidimos que la búsqueda la realizaríamos en las islas de Haugesund. Supongo que el lugar debía de ser rico en campings y además nos pillaba de camino hacia nuestro siguiente destino, Stavanger, aún más al sur y donde Marcos cogería su vuelo de regreso al hogar, fuese como fuese no dejaba de ser una isla (aparentemente varias), lo cual implicaba que había que llegar a ella o bien mediante un puente, o bien a través de un túnel submarino, o bien en barco. Sin puentes ni túneles, el barco era la única opción, y eso hicimos. Por enésima vez embarcamos en un ferry, que en un momento dado pasó peligrosamente cerca de unas rocas (asistí al terrible espectáculo asomado a una claraboya cuyo cristal llegó a estar a menos de 5 metros de las piedras), y en una hora larga nos condujo hasta las citadas islas. Durante la navegación calmamos los nervios gracias al póquer exprés, cuyas reglas ya se explicaron en capítulos anteriores, y que básicamente consiste una variante del póquer en la cual se apuesta con puntos, no haciendo falta fichas y bastando con una libreta.


El ferry nos aleja de lo conocido, llevándonos a Haugesund, las islas que nos desafiarían. Fotografía del autor.


 El incombustible Pablo grabó un legendario vídeo narrando aquel momento concreto de nuestras peripecias. El sonido no es el mejor por culpa del viento, pero personalmente me he podido reír mucho volviendo a escucharlo.

 


 Puesto de nuevo el pie, más bien las ruedas del coche de Lucas, en tierra, comenzó la búsqueda de un lugar donde dormir. Nuestra situación no era buena, ya que entre unas cosas y otras se nos había hecho bastante tarde, pasaban de las 19:00. Dejo al lector un mapa de la zona isleña, que se centraba en la ciudad de Haugesund.


 
Posible ruta que seguimos (no la dejé anotada y Google Maps tampoco ha sido capaz de ayudarme a reconstruirla), junto con la zona de búsqueda en la cual intentamos buscar un lugar donde dormir. Imagen por cortesía de Google Maps.


 Nuestra principal baza era un camping con muy buena pinta que Lucas había localizado a través de su móvil con Internet. Por desgracia unos polacos llegaron allí justo antes que nosotros y nos quitaron el último alojamiento que quedaba. A partir de aquí tocaba improvisar, algo que no nos era nuevo. Sucesivamente se fueron lanzando distintas tentativas, veámoslas.

  •  Proyecto "acampada sacrílega".  Lanzado por Pablo, el plan contempla la posibilidad de plantar la tienda de campaña y el coche en una colina cubierta de hierba que daba al mar, cerca de un círculo de piedras en torno a un monolito conmemorativo de un rey vikingo (un tipo que unió a tantas tribus noruegas como piedras había, a base de grandes dosis de sangre y fuego supongo). En teoría era terreno público y estábamos a más de 50 metros de cualquier casa, con lo cual era legal. No obstante Lucas, en calidad de conductor y Comisario de la Cordura, veta la idea, recordándonos como casi estamos a punto de fenecer debido al frío en aquella fatídica acampada en Mierder City, al norte de Dinamarca (véanse capítulos 5 y 6). Al volver a nuestra mente el sufrimiento de aquella terrible noche, le hacemos caso y seguimos buscando.
Atardece cerca de Haugesund mientras se valora el proyecto Acampada Sacrílega. Fotografía del autor.

 Lucas rodó y rodó por aquella islas, o islas, no lo sabíamos, solo queríamos localizar un lugar donde descansar. Y así llegamos al camping de los vampiros, donde se lanza el...
  •  "Proyecto fortaleza nocturna": El camping de los vampiros se trataba, y quizá aún se trate de un lugar aparentemente habitado, con agua y luz, pero lleno de suciedad, con objetos abandonados mezclados con otros nuevos, y sin absolutamente ningún rastro de presencia humana. La única conclusión posible es que lo regentan vampiros, quienes al ponerse el sol se alimentan de los incautos que intentan pasar allí la noche. La idea es hacernos fuertes en una esquina, construyendo una empalizada de estacas alrededor del coche y la tienda, así como fabricando crucifijos con aquello que tengamos a mano. Nuevamente intervendrá Lucas en su papel de Comisario de la Cordura para hacernos desestimar la idea. De lo contrario probablemente no se hubiera vuelto a saber de nosotros.

 Y seguimos explorando el terreno, ya casi sin luz en el cielo y con la moral cada vez más baja. Todos nos vamos haciendo a la idea de dormir en el coche en alguna cuneta. Tal era nuestra desesperación, que tramamos un nuevo plan, el...

  •  "Proyecto sacrificio humano": En esta ocasión, la idea es la siguiente, a Pablo y a mi se nos abandona a nuestra suerte en mitad del campo (con la tienda, los sacos y algunas vituallas, para que nos hiciéramos con algunas esperanzas de sobrevivir y todo) mientras Lucas y Marcos buscan un motel, que pese a ser caro sería solo para dos y se pagaría entre cuatro (alguien hubiera pagado por Pablo y por mi, o tal vez no).  Se rechaza el plan cuando Lucas y Marcos empiezan a darse cuenta de los problemas que tendrían en explicarle a la policía por qué abandonaron a dos de sus amigos para que murieran víctimas de la fría noche noruega.

 Ya es de noche cuando los faros del coche de Lucas iluminan lo que descubrimos es un camping de aspecto bastante lujoso. Por supuesto está cerrado dada la hora que es (debían de pasar ya de las 21:00).  Sin embargo eso no iba a detenernos, ya que detectamos luces más allá de la abandonada y oscura entrada. Dejando el coche fuera, incursionamos en el lugar, con tan buena suerte que logramos dar con un campista, con quién conseguimos hablar de buenos modos a pesar de que llamamos su atención gritando y agitando los brazos como si fuésemos naufragos. El hombre nos señaló donde estaba la casa de los dueños del lugar, y allí nos dirigimos armados con nuestra cara de hormigón armado. Insólitamente el dueño nos abrió la puerta y nos recibió amablemente, a pesar de que su perro intentó comerse mis gafas. Se trataba de un adorable cachorro, así que me agaché para acariciarle la cabeza, momento en que la traicionera fuerza de la gravedad hizo caer mis gafas, que fueron ágilmente capturadas por el perro, que salió corriendo con ellas entre sus fauces... cuando al rato conseguí recuperarlas, estaban intactas aunque cubiertas por media tonelada de baba. Mientras yo perseguía al cachorro de un lado a otro, mis compañeros consiguieron negociar una cabaña por 500 Noks (53 euros al cambio actual). En todo el viaje nunca fuimos tan justos como aquel día, y nunca nos alegró tanto poder tener un techo donde dormir (excepto quizá en nuestra primera noche en Oslo... véase el capítulo 6). Y tampoco nos salió tan caro de precio, hubiéramos pagado el doble.

 La casa era acogedora. Como diría Pablo "tenía todos los chichos", aunque el baño, con su olor blasfemo, era un lugar poco recomendable (el W.C. lejos de funcionar mediante el típico agujero negro común en Noruega [un mecanismo que hace vacío y succiona lo que haya que succionar, tu alma si es necesario], poseía en su lugar una trampilla, que se abría para tragar tus ofrendas pero que en el proceso dejaba salir a algunos ignotos espíritus del inframundo). Como se accederá a él desde nuestra habitación, su puerta siempre estará sellada salvo que a alguien le toque la desgracia de tener que entrar y deba de abrirse. Tuve suerte y cuando me duché la trampilla aún no había liberado lo más granado de su arsenal de olores nauseabundos.

 Cenamos una cantidad masiva de espaguetis, jugamos al póquer exprés, y cuando no pudimos más nos fuímos a dormir. 

 Solo había una habitación con sendas literas en cada pared, así que dormimos todos apiñados allí como si fuera un barracón militar. En mis últimas notas de aquel día, apunté estas extrañas palabras:

 "Se hablará de pollas prénsiles, de mierda, de las inquietudes de cada uno con el futuro, de gatos y de todo un poco. Finalmente nos dormiremos."

 Continuará...

  

 

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