domingo, 19 de agosto de 2018

En busca de la aurora. Capítulo 18: Stavanger y la última noche nórdica.



EN BUSCA DE LA AURORA




Capítulo 18
  
Stavanger y la última noche nórdica




 

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 Un grupo de tres jóvenes decide emprender un insensato y temerario viaje en coche desde Madrid hasta el norte de Noruega, para lo cual se pertrechan con todo lo necesario para su supervivencia y se lanzan hacia lo desconocido una fría madrugada de primavera.

 Llegados hasta Oslo tras cruzar Europa y correr diversas aventuras y desventuras (detención policial incluída), recogen al cuarto miembro de la expedición, que llega en avión hasta allí, y ya reunido todo el equipo emprenden el viaje hacia el norte. En un esfuerzo por dotarse de una pseudo-democracia dentro del itinerante vehículo, se establece un sencillo sistema de votaciones y mayorías, así como cuatro "carteras": Comisario de la Locura (Marcos), Comisario de la Cordura y Conductor (Lucas), Comisario de la Miseria (el autor) y Policía Moral (Pablo). Gracias a ello se contará con un eficaz, divertido y equilibrado mecanismo para estudiar y tomar las decisiones más difíciles.

 De algún modo cruzarán el Círculo Polar Ártico (66º 33' N), concretamente hasta el enigmático, bello y maloliente pueblo de Å, justo en el extremo del espectacular archipiélago Lofoten. Todavía viajarán más al norte cruzando las islas Vesterålen y alcanzando la ciudad de Harstad, a 68º 47' N. De allí emprenderán al fin el azaroso camino de vuelta al sur.

 Después de visitar maravillosos lugares y vivir diversas peripecias, los viajeros dejan atrás el fabuloso valle de Flåm para poner rumbo a la alegre ciudad de Bergen, tras lo cual navegarán para dormir en algún punto de las islas en torno a Hauguesund, y finalmente visitarán su último destino en Noruega, la peculiar ciudadela de Stavanger.






Día 19: 03/05/2011 (martes)

 
  Nos despertamos en nuestras respectivas literas de la habitación que ocupábamos con una triste misión en la mente: despedirnos de nuestro compañero Marcos, que había ejercido valientemente como Comisario de la Locura y que ahora nos dejaba para coger un avión que lo llevaría hasta Alicante, donde tenía que enfrentarse a terribles exámenes para conseguir acabar sus estudios. Tras el emotivo adiós, Lucas y su coche se ocuparon de llevar a Marcos hasta el no demasiado lejano aeropuerto, mientras Pablo y un servidor recogíamos nuestras pertenencias y ordenábamos un poco la acojedora cabaña donde habíamos pasado la noche protegidos de la intemperie. 

 Luego, reunidos ya solo los tres, continuamos con lo que quedaba de nuestro periplo. Nos hallábamos por aquel tiempo en una de las islas cercanas a la ciudad noruega de Haugesund (no se conservan registros que permitan localizar mejor el lugar), y nuestro objetivo por el momento era la ciudad de Stavanger, al sur, así que hacia allá partimos. Este fue el camino que nos tocó seguir, y que transcurría por tierra y por mar:





 El trayecto no fue demasiado largo, e incluyó un breve ferry que redujo nuestra ya mermada economía a 50 € menos. La ciudad de Stavanger se trata de un Bergen en pequeño, bastante menos espectacular, aunque sus casas de madera bordeando el muelle con sus fachadas de colores y sus picudos tejados a dos aguas conseguían infundirle algo de carisma. Dicho muelle aprovecha un largo brazo de mar que se adentra como una cuña dentro de la ciudad. Allí estaba anclado el "Island Vanguard", cuyo nombre apunté en mi libreta a fin de googlearlo algún día. Cuando finalmente lo hice, resultó tratarse de un pesado buque destinado para el trabajo en el mar y en sus profundidades, en general en plataformas petrolíferas. Estaba atracado en el mismo lado del muelle por donde paseábamos y era más alto y más grande que la mayoría de los edificios de los alrededores, de los cuales no estaba muy lejos.


El "Island Vanguard" continúa navegando a día de hoy por los mares y océanos que considera oportuno recorrer, siempre en busca de trabajos pesados en las insondables profundidades. Fuente.


  Nada de esto debe de sorprender, pues Stavanger es una ciudad que recientemente se ha hecho así misma gracias a la explotación de los yacimientos petrolíferos submarinos que tiene a tiro de ancla de sus costas, y que en su conjunto constituyen uno de los principales motores de la economía noruega, al ser este país el máximo exportador de petróleo de toda Europa. De hecho, si hacemos caso a Wikipedia, Noruega se ha convertido en el 5º país exportador de crudo en el mundo.




Fotografía aleatoria de Stavanger que tomé un poco porque sí.


 Tras dejar el puerto, un breve callejeo nos hizo darnos de bruces con la iglesia principal de Stavanger, que nos mostró una extraña mezcla de estilos normando (románico) y gótico. El corredor principal está sostenido por enormes columnas y sus ventanas son románicamente estrechas y apenas dejan pasar luz, mientras que la zona de altar, construida después en estilo gótico, tiene amplias vidrieras junto con altas y estilizadas columnas que se elevan hasta elegantes arcos apuntados. Toda una lección de arquitectura medieval para novatos.

 Por si al lector estos conocimientos le pillan con el paso cambiado, recuerde que la arquitectura románica, heredada del viejo Imperio Romano, necesitaba de gruesos muros para sostenerse, con lo cual las ventanas de sus construcciones eran inevitablemente pequeñas, y por ende sus interiores místicamente tenebrosos. No obstante, hacia final de la Edad Media los arquitectos se dieron cuenta de que había una alternativa a los gruesos muros: podían levantar estructuras mucho más finas y altas a cambios de añadirles refuerzos como los arbotantes (nervudos arcos externos), lo cual permitía la extistencia de amplias y luminosas vidrieras. Pues bien, la catedral de Stavanger había empezado a construirse como un edificio románico para terminarse como uno gótico.  


Pequeña pero ecléctica catedral en Stavanger. Fotografía del autor.


Como se ve, el interior auna extrañamente la robusted y pequeñas ventanas románicas con las vidrieras y altos techos góticos. Fotografía del autor.


 No obstante, si el improbable lector visita algún día la ciudad portuaria de Stavanger, suceso dudoso pero no imposible, le prevengo contra su terrible museo. Pretende ser un museo de ciencias naturales, pero en realidad se trata de un viaje hacia un horror primigenio que habría inspirado a Poe y entusiasmado a Lovecraft. Como, a diferencia del afortunado lector, ningún blog nos había avisado de ello, pagamos los 80 Noks (algo más de 8 €) de la entrada y nos sumergimos en el abismo de sus galerías pobremente iluminadas. 

 Gracias a ello obtuvimos el escalofriante privilegio de pasear a lo largo de una sala que custodiaba distintas aberraciones teratológicas guardadas en formol. La joya de la corona se trataba de un ternero de dos cabezas, así como otras cosas que me encantaría poder olvidar, como pollitos capturados en medio de la gestación y otras abominaciones, todas pulcramente ordenadas en sus respectivos tarros. 

 Cuando se nos ocurrió mirar hacia arriba para escapar de la terrible visión, nos hallamos ante el enorme esqueleto de una ballena, todavía con las barbas colgando del cráneo.

 Tampoco faltaban animales disecados, muchos de los cuales se notaba que los habían cazado hacía poco y estaban allí solo por rellenar, como era el caso de comunes e infortunados gorriones y palomas. Aunque en honor a la verdad, reconozco que también había impresionantes cóndores, así como escalofriantes cangrejos gigantes, terribles criaturas que parecían haber sido creadas por algún dios loco. Igualmente nos espantó la inquietante mirada de un terrible cuervo del tamaño de un gato bien gordo, que posaba en contraste con un diminuto colibrí.


La cara de Pablo lo dice todo sobre el lugar. Fotografía del autor.

 No obstante, lo que inundó de temor nuestros corazones fue un rincón poblado por siniestros maniquies vestidos de época decimonónica, que acechaban desde la penumbra emitiendo inquietantes sonidos, y peor aún, se movían cuando menos lo esperabas (y los que no te preocupaba que fueran a hacerlo). 

 Emerger de vuelta a la luz del sol fue todo un alivio, tras lo cual decidimos que ya no nos quedaba nada más que hacer en Stavanger, y salimos de allí lo más rápido que nos lo permitió el coche de Lucas. 

 Nuestro siguiente objetivo era el pueblecillo de Farsund, en cuyas playas Pablo y yo queríamos bañarnos. Según nos acercamos, leímos en nuestra guía que sus aguas eran sulfurosas, a lo cual se sumó una torrencial lluvia. Llegados al desvío de Farsund, lo ignoramos y Lucas siguió conduciendo hacia nuestro último objetivo en Noruega, la ciudad de Kristiansand.





Al cabo de algo más de tres horas de una sinuosa carretera que se escurría entre infinitos bosques y aleatorios lagos, llegamos a nuestro destino, el último que visitaríamos en Noruega, y que solo nos preocupaba por dos cosas: de allí saldría al día siguiente el ferry que nos devolvería a la Unión Europea (Dinamarca) y por lo tanto allí debíamos de pasar la noche. En el primer camping que visitamos, una señora bajita nos atendió y nos ofreció una choza miserable por el exhorbitante precio 600 Noks (62 €). Lo rechazamos cortesmente y seguimos buscando. Una hora después no habíamos encontrado ninguna otra alternativa, con lo cual nos tocó volver a la señora bajita con el rabo entre las piernas, aceptando su inevitable puñalada a nuestra mermada economía. Al menos, pese a ser pequeña, la caseta era acojedora e incluso tenía vitrocerámica, lo cual nos permitió cocinar y cenar pasta como si lo fueran a prohibir. Además, el camping estaba ubicado en un lago, lo cual a cambio de conseguir una maravillosa y entumecedora humedad, le proporcionaba cierto encanto al lugar. 

 
Camping del lago en Kristiansand. Fotografía del autor a la mañana siguiente.



 Lavar los platos en el fregadero comunal del camping, que estaba sometido a la fría interperie, no fue tan bonito. Las duchas comunales eran de solo 4 minutos y el agua apenas salía un poco tivia, con lo cual tras pasar por todas esas frías y mojadas experiencias, cuando por fin me pude refugiar en mi cama y hecho una bola logré entrar en calor, lo consideré una bendición y caí rápidamente en el mundo de los sueños. Tuve suerte, y no soñé con terneros de dos cabezas ni con cuervos gigantes asesinos.





 

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